Vivimos en una época marcada por eslóganes repetidos, que dejan de serlo por tanta reiteración y van calando como el veneno inoculado del que, cuando te apercibes de él, ya es tarde porque estás envenenado y no te das ni cuenta de que lo llevas tatuado en la piel.

Es invisible y por eso nadie se percata de que la sostenibilidad es un término impuesto (probablemente irreal); que el cambio climático existe desde que la tierra existe y que en verano, en Córdoba, que haga calor no es noticia, sino una realidad tangible y, empíricamente constatable, cada mes de julio o agosto; que los niños deben ser normales y, si por ejemplo, el chiquillo es nervioso, o sencillamente inquieto, es hiperactivo. Esto último en el mejor de los casos, porque te puede dictar la orientadora de prácticas de turno su buen Asperger o su discapacidad. Y todo, todo, porque no se amolda a la regla y, lo peor, no se atreven a decir que no es normal.

Pero ser distinto tiene su punto, sobre todo, porque ves a los demás como de otra especie y te miran con curiosidad porque no saben lo que piensas y lo temen. Es divertido, no lo niego.

En estos días, en la provincia, los menos experimentados, están descubriendo a un político distinto, que a veces lleva el pelo un poco alborotado y que no para de ir de acá para allá para conocer los problemas que, como ya dijo, para conocerlos hay que ir al sitio donde se producen.

Ese político no es otro que el presidente de la Diputación de Córdoba. Salvador Fuentes no es un político al uso, se puede subir a la pluma de la autoescalera de un camión de bomberos, mientras reconoce la labor del Gobierno anterior (que era de otro signo distinto al suyo) en ese apartado y se diferencia de su predecesor visitando, desde el primer día, los lugares donde el agua -su falta- es un problema.

Salvador FuentesJesús Caparrós

En menos de tres semanas ha estado en muchos lugares, más de lo que cualquier político acostumbra, para conocer de primera mano lo que ocurre en la provincia. Una actitud que algún experto contemporáneo podría catalogar de hiperactividad institucional, pero que para quien sufre los problemas, al menos, es un alivio saber que alguien se preocupa por ellos. Ya lo dije al principio, ser distinto no es malo, es diferente.