La analogía está en el fútbol. Y en ese ámbito el pecado de los llamados grandes equipos es el de creer que han ganado antes de bajarse del autobús. Esto le pasó este año al Madrid con el Barça en la Liga y la Supercopa y en la Champions con el City de Pep Guardiola.

Algo parecido le ha pasado al PP con las generales, que se dieron por ganadores sin necesidad de cuestionar posibles o presuntos amaños del voto por correo (con los antecedentes que había); menospreciando al rey de lo que ahora llaman resilencia (oportunismo), Pedro Sánchez; y atacando a su aliado natural, esto es, Vox.

Probablemente, algún popular se haya acordado esta noche de los 52 escaños que obtuvo Vox hace cuatro años, con los que le hubiera dado de sobra al PP para gobernar, pese a no querer ver a Abascal ni en pintura. Pero en Génova presentaron con Alberto Núñez Feijóo a una mezcla entre Juanma Moreno e Isabel Díaz Ayuso. Nada más lejos de la realidad, puesto que por sí mismo el PP se ha quedado a una treintena de la mayoría absoluta. Más cerca que Sánchez, un líder al que parece que nadie siente como tal, pero que seguirá en el poder.

La nostalgia es una mala compañera de viaje. Es demasiado triste pensar en los 52 de Vox. Y ahora vendrán los efectos secundarios con una legislatura que llegará para hacer sufrir a los de siempre y que ya no traerá presupuestos extensivos en comunidades, ayuntamientos y diputaciones, más allá de aquellos que sean amigos del factótum. Es lo que tiene el voto: que nunca es igual. A veces sorprende y deja en evidencia errores de bulto, como no acudir a debates y creer que ganarás masacrando al que piensa parecido a ti. Eso no lo ha hecho el malvado Pedro Sánchez con Yolanda Díaz y, si nadie lo remedia, gobernarán de nuevo.