Subidos en los hombros de gigantesBernd Dietz

La derecha y su cuita

«Las siglas son accidentales: una precaución coyuntural. Lo esencial es combinar inteligencia, generosidad y honradez con verdaderas ganas de vencer al mal que nos aflige»

Entrañable. En el PP insinúan de pronto que tal vez erraron suscribiendo con alegre despecho el discurso de la izquierda sobre la derecha, centrado en tachar a la segunda de fascista, antidemocrática, meapilas, ultra, censora, racista, homófoba, machista, represora, etcétera. ¿Lo piensan en verdad -que metieron la pata injuriando a VOX- o van de nuevo de farol? Diríase que siguen de sobrados, intentando un regate mientras cogen aire, por concederse un paréntesis de relax disociativo, cálculo, impotencia y rubor. Porque, en sus zonas tapadas, la derecha hegemónica luce tatuados esos mantras. Se autopercibe aquejada de confusión identitaria, tal una pulsión de izquierda atrapada en cuerpo opuesto. ¿Cómo afrontarlo? ¿Con fármacos, amputaciones, hormonas, terapia?

Uno se pone en la piel de quien sufre paralela disfunción y lo columbra. Eres una cosa, mas te mola otra. Captas unos condicionantes, pero sueñas con lucir rímel, liguero y tacones. No sabes mucho lo que eres, lo que piensas, cuáles son tus convicciones y criterios, pero otros no paran de contarte que todo el año es carnaval. Es arduo sustraerse. Evidentemente sientes que te apetece mandar, que caiga tu hora de gloria, que te rindan pleitesía. También juntar patrimonio sin trabas ni complejos, cual progresista normal. ¿No es para disfrute transversal la ubre política? ¿Por qué eres siempre tú quien se va de vacío? Y todo por el sambenito.

España, en versión de sus estridentes locutores, intelectuales y plumillas, es el país más radical, arriscado y subversivo del orbe. Aquel en el que más se detestan su lengua, su historia, su cultura y su unidad nacional. Donde con más ahínco se descalifican las proezas del pasado. ¿Quién dijo que los talibanes eran brutos? En estos lares se aplauden las profanaciones religiosas, los desviacionismos sexuales, la contracultura cutre, la reescritura histórica, el saqueo justiciero de herencias y haciendas. Vemos natural que susciten repugnancia la virtud, la meritocracia y el garantismo, porque «ganaron los malos» la Guerra Civil. Por consiguiente, no habrá transgresión injustificada, ni defensa del orden que no sea inicua y repudiable. Desde que el régimen franquista dio pacíficamente pie a una evolución democrática de corte occidental, no hemos dejado de sublevarnos, generalmente por rencor soez y con frecuencia, si salía gratis, rompiendo la baraja.

La derecha ejerciente no ha osado plantar cara a este delirio constante. Antes bien le hace, con la boca pequeña y la retaguardia en pompa, la ola. Si la izquierda juega a eso, y la plebe no protesta, cómo perder comba. Mejor un acomodo astuto al asunto. El abismo que separa al PP de VOX es ese: si el PP no insulta a VOX, no opta a comodín para continuar concursando. Porque esto en modo alguno va de contenidos, de asuntos serios, de desvelo por los españoles, sino de que te admitan como meritorio del sistema, del espectáculo de Sánchez, Yolanda, Puigdemont, Otegui y sus tutores externos: los que hoy, sin dar brincos de alegría, vislumbran que algo han logrado desde Zapatero.

VOX ha de mejorar y seguir aprendiendo, aunque va por buen camino. Administra por ahora un notable caudal moral y ético de honradez, patriotismo, seriedad y sentido común. En el PP, como en otros sectores sociales, hay numerosas personas que comparten dichas características, que aman nuestra tierra y poseen aptitudes estimables para servir a este digno, confuso y maltratado pueblo español, todavía en expectativa de que cese el circo de timos, traiciones y sumisión a intereses foráneos. Las siglas son accidentales: una precaución coyuntural. Lo esencial es combinar inteligencia, generosidad y rectitud con verdaderas ganas de vencer al mal que nos aflige.