Subidos en los hombros de gigantesBernd Dietz

Consejos a la derecha en voz baja

Soy un modesto amigo de los libros y no entiendo de política. Entendiendo por esta el meollo de las enseñanzas de Maquiavelo y Sun Tzu. Es decir, un método para imponerse en la refriega a cualquier precio, maximizando el beneficio y minimizando el propio sacrificio. No me molan la táctica o la estrategia, la mercadotecnia o la propaganda, el doble juego o la traición astuta, la codicia o la hubris, más allá de su estudio psicomoral y su truculencia literaria. Y no por altivez o santidad, sino por cupido sciendi. Me atrae más estudiar la dolencia y sus síntomas que acogerlos en mi carne. Además, si entrase en política, al segundo día estaría tratando con amabilidad a mis opositores y esquivando el compadreo con mis correligionarios. Total, que me echarían a patadas por inútil.

En cambio, sí me interesa la política en otra acepción más pedestre. En la de verificar cuánto nos roban mediante la inflación o los impuestos, o en qué medida prosiguen degollando aquellas sencillas libertades de las que antaño disfrutábamos. En la de constatar con inquietud cómo crecen los niveles de censura, manipulación oficial, degradación de la enseñanza y desprecio a la alta cultura. En la de registrar a qué velocidad nos vienen abocando a una distopía de monitorización, deconstruccionismo sexual, ruptura de la convivencia, invasión de la vida privada y saqueo de nuestros bienes.

Desde esa óptica, prefiero la derecha a la izquierda, suponiéndole a la primera algún resto de respeto a la condición individual en contraste con quien persigue igualarnos, domesticarnos, estabularnos y vigilarnos con ferviente celo. Es evidente que, lo mismo que el catolicismo se encuentra por desgracia bastante protestantizado, el pensamiento liberal-conservador izquierdea hoy hasta tal grado, que se ha vuelto la marca blanca y la versión light del social-comunismo. Sea como fuere, con estos bueyes hay que arar. Nada es más improductivo que deplorar la realidad, perorando desde la platea sobre cómo deberían ser las cosas. Lo sensato será aportar un granito de arena a lo que uno reputa el rumbo idóneo, valiéndose de las viejas armas socráticas del raciocinio, el sentido común y la capacidad de crítica. Aunque la mayoría identifique crítica con desbarre insultante, kritein significa discernir, algo parecido a analizar. Ni más ni menos que lo que practican de oficio un teólogo o un científico no subvencionados.

Como nací y vivo en España, veo natural enorgullecerme de los logros de su historia y querer que no se repitan los errores dañinos de otras épocas. No soy globalista como Davos o internacionalista como el comunismo, porque estimo que el mundo no debe ajustarse al corsé de una sola receta uniformadora, irreversible y tiránica. La diversidad humana lo es de personas, grupos, etnias y culturas. Su interacción, que ha sido bélica desde los tiempos más remotos, puede serlo también de competencia inteligente y de intercambio provechoso. Por eso suscribo las tesis del politólogo israelí Yoram Hazony cuando defiende las virtudes tanto del nacionalismo como del conservadurismo, rectamente definidos. Por contra, me desagradan los localismos casticistas, así como la manía cateta de argüir que, comiendo cebollinos alargados al modo de un tragasables mientras se luce un delantal ridículo, uno acredita su pertenencia a una nación distinta y superior.

Defender a España supone el requisito mínimo para que los españoles prosperen. Valorar, preservar y transmitir sus valores objetivos es irrenunciable. La situación actual está más que descrita, comprendida y explicada. Llevamos unos cuantos años, si no lustros, bajo la bota de los peores enemigos del país. Bien por tratarse de aventureros sin una sola idea noble en sus cabezas, bien por sufrir campando a rufianes que expresan su deseo de ver a España rota, bien por el ascenso de resentidos y expoliadores de sesgo marxista (el objeto de cuya saña no es tanto el mapa territorial cuanto la aniquilación de la burguesía, el mercado y cuantas estructuras civilizatorias aprecian como obstáculo para la sovietización), el caso es que nos hallamos en las manos peores, no sin el mangoneo de siniestros plutócratas.

Cobra por tanto justificación que la derecha se tome cierto interés en la nación, aunque este haya escaseado en el último medio siglo, incluyendo las postrimerías del franquismo, cuando quien más quien menos se marcaba un Dionisio Ridruejo, un Ramón Tamames o un Juan Goytisolo. ¿Querría la derecha reprimir su consabido bostezo de pereza y tornarse útil? Porque no solo hay moros en la costa, sino un serio riesgo de implosión interna, unido a un paraguas bruselense hecho jirones.

Situarse en clave electoral no puede significar andar pensando en colocar parientes, cobrar comisiones y saciar vanidades. Habrá que tener miras mejores. Si a un lado del ring medra un conjunto de huestes motivadas, urgidas por pulsiones de rapiña y dominio, al otro lado apenas subsisten dos partidos riñendo más que Zipi y Zape.

La militancia de VOX no odia al PP. Primero, al ser mayoritariamente cristiana, porque quedaría feo. Segundo, porque ansía que el PP retorne al ideario liberal-conservador, del que reniegan muchos de sus jefes embobados por el glamur de la izquierda. El militante del PP sí detesta a VOX, con toda su alma. En esencia, porque aviva su mala conciencia, esgrime unos símbolos nacionales que ellos no se atreven a aplaudir o les irritan, y luego por asumir que los votos de VOX les pertenecen ontológicamente, por derecho de pernada. ¡Y para colmo les hurtan –fabulan—las mieles de la mayoría absoluta!

La opción favorita de Guardiola, López Miras y Vivas, entre otros, sería gobernar con un PSOE en horas bajas, una fantasía infantil. Y no por España, sino por ponerse del lado guay, sacudiéndose las pulgas y tabúes inventados por la izquierda. Ello condicionó no solo la última campaña electoral, sino una década perdida. Sabe el PP que sin el sostén de VOX no podrá gobernar, pero le puede el resentimiento contumaz. De ahí el bucle, el atasco. VOX ha consentido conformar gobiernos municipales y autonómicos en situación de apacible humildad, buscando facilitar al PP una pedagogía, ante la opinión pública y también ante los complejos del partido mayor. ¿Servirá? No se precisa ser una lumbrera para descubrir que no hay otro camino. Que algunos digan que VOX tendría que hablar menos de la Agenda 2030, aunque exista, o silenciar que muchos menas delinquen, aunque lo hagan, o abstenerse de toda referencia al aborto o al catolicismo, o que no debería, en fin, sacar tanta bandera española, al objeto de no zaherir la frágil sensibilidad del PP y su votante imaginario, es un dislate.

Opino que es el PP el llamado a rectificar. A veces el hermano menor, como pasó con Esaú y Jacob, apunta al futuro, amén de incorporar lo ético, lo cuerdo, lo moral. Si en verdad se busca la salud de España, es estrafalario que elijas como contrincante básico a quien jamás ha dejado de esgrimir, con sincera convicción, el bien nacional. Por eso debería remangarse, rebajar su nivel de intolerancia –el que le cae hasta los tobillos cuando mira al PSOE—respecto a actitudes acaso bisoñas en lo tocante a VOX, mas en modo alguno indignas, dañinas o contrarias al orden constitucional, y hacer lo procedente por España.