I.- Francisco, desde niño, había sido muy sensible y había tenido una tendencia, quien sabe si patológica, a la obsesión: cuando caminaba por el campo, aquellos años de primaveras pujantes y coloridas de su infancia, iba esquivado las flores para no lastimarlas, ya que no podía soportar hacer daño a un ser vivo. Le dolía, casi físicamente, ver una flor con el tallo partido y la corola quebrada, caída, como la cabeza de un muerto que reposa inerte sobre el pecho. Pisar una flor silvestre le parecía tan grave como matar a una persona.

Si alguna vez, inadvertidamente, espachurraba una flor, se entristecía y musitaba:

- ¡Qué pena, con lo bien que estaba yo en la nada !

También le dolían las noches de viento violento y helado : se asomaba a la ventana y veía zarandearse a las encinas, agarradas con fuerza a su círculo de tierra, y se dolía pensando en la violencia y el frío que sufrían.

Y cuando el empellón del viento hacia conmoverse a los cristales de su ventana, él musitaba :

- ¡Qué pena, con lo bien que estaba yo en la nada !

Pero cuando coronó el raspil de la adolescencia y se fue a vivir a la ciudad, casi por ensalmo, aquellos pensamientos y obsesiones cesaron. Y a los pocos años, cuando comenzó la carrera universitaria, ya sólo eran un recuerdo: a veces, muy pocas, tornaban, como un fantasma que vuelve del pasado, pero se desvanecían muy rápidamente, diluidos, posiblemente, en los aconteceres acuciantes y frenéticos de cada día.

Estudió ciencias exactas y aunque las salidas profesionales podían haberlo conducido al mundo empresarial, él prefirió la enseñanza y, culminado el grado, opositó y, gracias a su tesón y largas luces consiguió, con enorme celeridad, su plaza de profesor de instituto, en un pueblo algo aislado, pero hermoso y serrano, que aun no había perdido ciertos retazos de amable primitivismo.

II.- El primer día de clase, antes incluso de empezar a explicar los rudimentos de la asignatura (polinomios, número irreales, y esas otras abstracciones propias de su materia) uno de los alumnos, “El Avispa “, que era un cafre, soltó en el aula un rayón de jabalí que había capturado el día de antes. El bicho empezó a correr por la clase, atropellando sillas y pupitres, entre las risotadas de los varones y los gritos de las niñas.

Francisco, entonces, muy apaciguado, subió a su tarima. Esperó a que se calmara la tropelía. Con paciencia aguardó a que «El Avispa» capturara al rayón. El ambiente se hizo pesado, como de bruma y plomo. Había muchas risitas entre el alumnado. Entonces Don Francisco dijo, como si estuviera complacido:

- Más vale reír que llorar.

Y empezó la lección.

Una alumna de ojos azules, llamada Candi, murmuró.

- Este profesor es un cachito de pan.

Y así Don Francisco quedó bautizado como «Cachito de Pan»

III.- Al arrimarse la Navidad se daban las notas de la primera evaluación y, para terminar de ajustar las calificaciones, «Cachito de Pan» puso el correspondiente examen. Lo puso conscientemente fácil, repitiendo casi íntegramente alguno de los ejercicios más repetidos en clase.

Dedicó la tarde del sábado a corregirlos. Afuera, el viento batía las calles y los árboles que se veían desde la ventana de su despacho se agitaban, acogiendo escorzos que le daban una imagen entre agónica y fantasmal.

Don Francisco, o sea, «Cachito de Pan» sintió como si esos zarandeos le abatieran el ánimo y una tristeza honda le empezó a ahogar. Pensaba que los árboles sufrirían. Pero también sufrirían los pájaros, protegidos en las oquedades de las tejas, y los perros pastores y…

Sin pensarlo dijo :

- ¡Qué pena, con lo bien que estaba yo en la nada !

Los exámenes estaban muy mal. Y ello acogotó su ánimo. ¿De qué ha servido mi trabajo?, pensó. ¿ Y las horas de clases extra que cada día, al acabar la jornada, daba gratuitamente a mis alumnos ?

No le sorprendía que el examen de «El Avispa», fuera un desastre. «El Avispa» no era muy esclarecido, pero tampoco era estudioso. «El Avispa» prefería la actividad física: bregar con las ovejas, cuidar la rehala de su padre, campear a los perros, arar alguna de las hazas de tierra…Don Francisco tenía claro que difícilmente continuaría estudiando cuando acabara bachillerato . Se dedicaría al campo y viviría y moriría en el pueblo. Porque para «El Avispa» la vida no era abstracción, como las matemáticas, sino algo tangible, sensitivo. Algo que se pudiera tocar, sufrir y gozar: el cansancio, el olor a jara, el recio sabor a carne asada, las manos ajadas y las uñas con tierra…

Por razones variadas, tampoco le sorprendieron los nefastos exámenes de otros alumnos: Juanin, Manzanito, Tildo…Pero le dolió especialmente el examen de Candi, la niña de ojos azules. A pesar de su interés como profesor, a pesar de las horas de explicaciones dedicadas, el examen de Candi era un desastre.

Pensó en las Navidades que se acercaban, en la lluvia de suspensos, en las riñas de los padres…En la calle arreciaba el viento :

- ¡Qué pena, con lo bien que estaba yo en la nada !

Reflexionó y decidió. Sabía que lo que iba a hacer no estaba bien, pero él era débil. ¿ Pueden los buenos sentimientos subvertir la justicia ? Sabía que no, pero quería convencerse a sí mismo. Dijo :

- Antonio Machado jamás suspendió a un alumno…

IV.- En la fiesta de Navidad del Instituto todo era alegría. Los alumnos, al ver las notas, empezaron a creer en los milagros. Incluso el Director le felicitó:

- Todos aprobados en matemáticas, Francisco. Eso es un éxito sobre todo del profesor. ¡Enhorabuena !

Otros profesores se le acercaron con la misma cantinela. Don Francisco, o sea, «Cachito de Pan», azorado, rehuía la conversación. Temía que alguno de sus compañeros pudiera columbrar la añagaza. Así que se apontocó en un rincón oscuro del salón, con el afán de que pasara el tiempo y acabara la fiesta.

Fue entonces cuando Candi, la niña de ojos azules se le acercó .

- Gracias profe. Yo sé que hemos aprobado porque eres un cachito de pan.

Y lo abrazó. Fue un instante. Pero un instante es suficiente para malbaratar una vida. Porque en ese momento refulgió el flash de un móvil. La foto estaba hecha.

V.- Para primeros de años estalló la escandalera. Y la sociedad, sin saber por qué, sin indagar, sin preocuparse de nada , nada más que de seguir la corrida que llevaban los acontecimientos, se sumó al linchamiento como una jauría furiosa…

La Asociación de Padres, el Consejo de Estudiantes, la dirección del Instituto….

- Es intolerable, una agresión sexual, con abuso de poder…

La Corporación Municipal, la televisión local, la radio de la comarca….

- Es intolerable, una agresión sexual, con abuso de poder….

El cronista de la ciudad, el párroco desde su púlpito, el presidente del Ateneo de Poesía…

- Es intolerable, una agresión sexual, con abuso de poder…

La Asociación de Charangas, la Peña del Dominó, la directiva el equipo de futbol….

- Es intolerable, una agresión sexual, con abuso de poder…

El barbero, el boticario, el presidente del casino….

- Es intolerable, una agresión sexual, con abuso de poder…

El día de reyes amaneció ventoso. Soplaba un aire solano rúspero , tan rúspero, que helaba los corazones. «Cachito de Pan» no tuvo pena de los árboles, ni de los pájaros, ni de los perros…Tuvo pena de sí mismo.

Salió a pasear, rutando sus pensamientos. De los balcones de las casa se escapaban los gritos de alegría de los niños celebrando los regalos de Reyes . En los ruedos del pueblo, la pared de una nave agrícola estaba pintada :

- Don Francisco abusador.

Siguió caminado más allá de las últimas construcciones. A campo abierto, un árbol grande danzaba al son del viento. Sombreaba, frente al cielo azul, una imagen entre agónica y fantasmal. Un poco más lejos, blanqueaba un rebaño de ovejas. Pudo vislumbrar, entre los animales, la figura difusa del pastor: «El Avispa».

Sintió pena de su alumno. Musitó:

- «El Avispa» no es muy esclarecido, pero tampoco es estudioso. Su vida será elemental. Vivirá y morirá en el pueblo.

Don Francisco echó mano de una soga y la pasó por una de las ramas del árbol: la más firme, la más vigorosa. Hizo un nudo corredizo. Y dijo:

- ¡ Qué bien vas a estar en la nada, «Cachito de Pan»!

Puso al pie del árbol un tocón de madera. Se anudó la cuerda al pescuezo y le dio un patadón a la madera. Suspendido, el cuerpo de “ Cachito de Pan “ comenzó el balanceo y la conciencia empezó a nublársele. Pero fue un segundo. Porque antes de perder el ser y trasponer la frontera de los sueños, alguien cortó la soga y, con el batacazo, «Cachito de Pan» recobró la esencia.

«El Avispa» le hacía aire y lo zarandeaba.

- Vuelva en sí, Don Francisco, vuelva en sí…

«Cachito de Pan» abrió los ojos. El cielo estaba azul y el viento se había apaciguado. Sintió la mirada cercana de «El Avispa». Olía a oveja y a resudor añejo. No sabía de polinomios. Era un ser casi primitivo. Pero le había salvado la vida. Y, sobre todo, en esa intimidad que ahora les unía, le dio un consejo que «Cachito de Pan» jamás olvidaría:

- No se rinda nunca, Don Francisco, no se rinda nunca…