Los hijos de Sánchez
Miento, engaño, cambio de argumento y criterio cada cinco minutos, según sople el viento, apelando al enésimo trapicheo, dándomelas de lo que no valgo, creyéndome la flor de la canela
Tiene la izquierda española de estos tiempos un problema de altivez, de impudor, un déficit de fraternidad y nobleza. Distantes quedan los tiempos en que notables personajes contribuyeron a tal ilusión emancipadora, porque aquella buena fe está hoy arrumbada, disuelta en nadería y mediocridad, sin rastro de grandeza. La posmodernidad es deconstrucción, griterío, baratija. El ejemplo se demuestra ejerciendo. Y las luminarias del presente no levantan dos palmos. Entre nosotros no se vislumbra ni filosofía política, ni alta poesía, ni un fugaz atisbo de hondura reflexiva o de solvencia moral, traducidos a acción edificante. Fecundidad y sustancia brillan por su ausencia. ¡Cómo nos hemos envilecido! Acaso por ello, viendo la muchedumbre de arribistas, paniaguados y cantamañanas que engrosan la nómina de la intelligentsia oficial, los librepensadores de valía, de cualquier tendencia, han escapado a cuarteles de invierno.
Sánchez y su chistera de trucos no habrían llegado tan lejos si no encarnasen el término medio, la síntesis, el retrato robot, la quintaesencia de cuantos recorren la cotidianeidad de farol (harto campanudos, centrados apenas en su ombligo), la apoteosis tangible de un arsenal de simplezas, egoísmos, carencias morales y lacras intelectuales. Él es el holograma y la creación especular de sus votantes y aliados, el fruto lógico de un ascenso sin sindéresis ni compostura, la veda abierta al antojo, la ilicitud y la finta. Hasta el momento sigue incólume, impune. Miento, engaño, cambio de argumento y criterio cada cinco minutos, según sople el viento, apelando al enésimo trapicheo, dándomelas de lo que no valgo, creyéndome la flor de la canela. Y aquí no ocurre nada, porque mis apoyos son mis cómplices. Si hay alguien más listo, que tire la primera piedra.
La economía aguanta carros y carretones. Entendiendo por esta el endeudamiento exultante, la fanfarronada, la prodigalidad con parientes y amigos, estrujar la ubre de lo público, dotarse de impuestos crecientes, disfrutar del hoy escupiendo al mañana, tomar el pelo a los cándidos, ser fulleros, insensatos, manirrotos, comisionistas y estupendos. Aquí seguimos, atando los perros con longanizas. Las terrazas andan saturadas de pandillas tomando cervezas y tapitas. ¿Hasta cuándo? Los republicanos del 39, después de masacrar España, vaciaron las cajas privadas de los bancos, llenaron el yate «Vita» de joyas robadas, se mangaron --tan campantes-- el Tesoro Numismático Nacional y fundieron su oro y su plata para consolarse el exilio. Privatizar lo público es progresismo cleptocrático. No vendieron los cuadros del Museo del Prado porque Dios no lo quiso, y Suiza se los entregó a Franco. Estos, que se ven como continuadores de Largo Caballero y Negrín, ¿qué no acabarán urdiendo, si las cosas pintan bastos? El 3% de Pujol es casi tierno, una broma, en comparación con el apetito extractivo de la casta socialcomunista. Lo que está claro es que el chicle no se puede estirar ad libitum, aunque no queramos saberlo.
La gente normal ama su país, su entorno, sus raíces, sus costumbres. Le permiten verse reflejada en un conjunto experiencial e identitario en el que reconoce la huella de sus padres, sus abuelos, sus antepasados. Y hacia el que proyecta un deseo profundo de que sus hijos y nietos alcancen existencias felices. Somos Cervantes, Quevedo, Fray Luis, los hermanos Pizarro, Ausiàs March, Juan Ramón Jiménez. Aunque Otto von Bismarck asegurase, según la leyenda, que España era indestructible, porque pese a los esfuerzos de los españoles no se acababa de romper la patria, tampoco hay que confiarse tanto. Véase lo de Pedro y el lobo, o el cántaro que va mucho a la fuente.
Sánchez, desde luego, está a punto de desmentir al prusiano. Sus amigos separatistas, comunistas y antisistema no paran de darle ánimos y él se infla, se siente levitar, acaricia el arito multicolor en la solapa, fía la suerte a una baraka de morabito ateo, de jugador de casino inspirado. Huir hacia delante, vacilar, ni por equivocación. Que le quiten lo bailado, y caiga quien caiga. No caben ya más Falcon, más Mareta, más alarde y glamur. Los que quedaremos como Cagancho en Almagro seremos los españoles. Pero no será la mala tarde de un espléndido torero gitano, que merece una admiración genuina, sino la cagada monumental de una portentosa nación, nuestra asendereada España, repleta de hombres y mujeres decentes, cuyas virtudes serían acreedoras a otra suerte.
Conste que no se cuestiona que de una secta estanca cuesta salir. En especial, si a uno no le viene en gana. A galopar, hasta enterrarlos en el mar, ¿no era eso? Os volvió a pasar, encandilados progresistas, este 23 de julio. ¿No veis que España es moneda de cambio? ¿Es que la queréis rota y roja, humillada hasta las entretelas, exangüe? Veis más bondadoso a Josu Ternera que a Santiago Abascal, más dulce a Lenin que a Franco, más cercano a un talibán que a un israelí. La «democracia» solo vale si la trajináis sin control. Os figuráis émulos de Óscar Lewis, paladines contra la pobreza, seres magnánimos en misión vengadora, dueños de un yermo asolado por los embates de la ira. Tras haber conseguido extirpar toda oposición. Con Diderot, farfulláis que no habrá libertad en tanto el último rey no sea ahorcado con las tripas del último cura. Despreciáis a católicos, conservadores y liberales hasta el punto de preferir el acre extravío al que seguís abonados. Como si fuese el último juguete, el principal motivo de interés sobre la faz de la tierra.