La verónicaAdolfo Ariza

Ministro de Educación se mete a profesor de religión

En función de una resolución del 21 de junio de 2022, de la Secretaria de Estado de Educación, por la que se publican los currículos de las enseñanzas de Religión Católica correspondientes a Educación Infantil, Educación Primaria, Educación Secundaria Obligatoria y Bachillerato, se especifican los contenidos y competencias – me ahorro toda la terminología pedagógica - sobre los que su hijo/a va a cursar la asignatura de Religión Católica en la escuela. Si su hijo /a está en Primaria – es verdad que en virtud del maestro en suerte y del material escogido – recibirá conocimientos y se le educará en competencias como las que ahora paso a describir.

En principio se hará un más que notable hincapié en «hacer madurar la autonomía personal» de su hijo/a o en ayudarle a «[…] aprender a gestionar la propia autonomía personal, con sus ideas y toma de decisiones, con las de otras personas y grupos, con la familia, con otros entornos sociales y culturales». Dicho así queda «bonito». Pero, ¿qué entender por «la propia autonomía personal»? ¿Qué subyace si esta autonomía es el punto de partida de toda comprensión de la libertad? ¿Hay verdadera relación con el concepto de persona de la antropología cristiana? Si bien esto no sería todo. Todavía cabría argumentar: ¿Por qué situar la familia entre «otras personas y grupos» y otros «entornos»? ¿Se ha bajado de categoría a la familia en este diseño curricular? Conviene no olvidar que «la familia es la célula original de la vida social. […] La autoridad, al estabilidad y la vida de relación en el seno de la familia constituyen los fundamentos de la libertad, de la seguridad, de la fraternidad en el seno de la sociedad» (CCE 2207).

También para con su hijo/a se aspira a un desarrollo de la «dimensión socioemocional» para «la mejora de la convivencia y la sostenibilidad del planeta». Ahora bien, ¿qué entender por «sostenibilidad del planeta»? Un pasaje de la carta encíclica Laudato si del Papa Francisco puede ayudarnos a mirar la cuestión desde la no siempre perspectiva idónea escogida: «Para que pueda hablar de un auténtico desarrollo, habrá que asegurar que se produzca una mejora integral en la calidad de vida humana, y esto implica analizar el espacio donde transcurre la existencia de las personas» (147). Continuando con las aspiraciones, se invita a desarrollar «un proceso de maduración» para llegar a «discernir los valores democráticos». Hasta aquí también completamente de acuerdo con el planteamiento si en el consabido discernimiento de los «valores democráticos» tiene cabida – sigo con Francisco en Laudato si – una llamada de atención con respecto a asuntos como «la debilidad de la reacción política internacional» o «el sometimiento de la política ante la tecnología y las finanzas» claramente palpable «en el fracaso de las Cumbres mundiales sobre medio ambiente» (54).

Con respecto a la experiencia espiritual de su hijo /a se indica que será desarrollada por el conocimiento de «la experiencia de personajes relevantes de la tradición judeocristiana y de otras religiones». – ¡Menos mal que se trata de enseñanza de la Religión Católica! - ¿Acaso no fue Jesús de Nazaret un maestro de oración merecedor no de una generalización, como es el caso, sino de una mención específica entre lo traídos y llevados «personajes relevantes» y “las tradiciones religiosas? Es curioso que también se ignore en la formulación la referencia a la experiencia espiritual y de oración de XX siglos de Historia de la Iglesia.

Último de los pasajes curiosos. Se describe unos de los quehaceres de la asignatura como «un primer acercamiento consciente a las creencias y los valores propios de la fe cristiana». ¿Por qué hablar de «las creencias y los valores propios de la fe cristiana? ¿Acaso los términos “creencias» y el termino «valores» tienen la capacidad de identificar lo que en sí constituye todo un acto – el de la fe cristiana – con su contenido, organicidad y armonía y con su relación con la experiencia moral? En principio uno se siente más a gusto teniendo una fe en Cristo Jesús y no unas creencias y mucho menos unos valores.

Se entiende que el Ministerio de Educación – con su correspondiente y de turno Ministro/a de Educación, Cultura y Deporte - ha de velar por los contenidos y competencias de todo aquello que se imparte en las aulas de la Escuela Pública. Pero de ahí a imponer el sesgo y alguna que otra perspectiva equivocada a aquella que está avalada por XX siglos de educación es cuanto menos un atropello intelectual por muy sosegadas y ponderadas que hayan podido ser las negociaciones.