De comienzo en comienzoElena Murillo

Ser cura en el siglo XXI

Si difícil resulta este discernimiento para el laicado, más aún lo es para aquellos que eligen el camino del sacerdocio

No es fácil ser cristiano en una sociedad deshumanizada, sin sentimientos, cada vez más alejada de la Iglesia, cada día más secularizada. Vivimos en una Europa que ha ido perdiendo sus raíces cristianas, donde las uniones civiles superan a las religiosas y se da el nombre de ciertos sacramentos a celebraciones en las que los signos sensibles de la presencia de Dios brillan por su ausencia. Y eso que aquí, en el sur, gozamos de buena salud en este sentido gracias, en buena parte, a la piedad popular. Pero ya se sabe que el mal de muchos es consuelo para los tontos porque haciendo aquello que sigue la masa no se alivia la pena de esta palpable realidad. Se hace hoy más necesario si cabe revisar las palabras escritas por San Juan Pablo II en la exhortación apostólica Christifideles laici allá por 1988: «Es necesario entonces mirar cara a cara este mundo nuestro con sus valores y problemas, sus inquietudes y esperanzas, sus conquistas y derrotas: un mundo cuyas situaciones económicas, sociales, políticas y culturales presentan problemas y dificultades más graves respecto a aquél que describía el Concilio en la Constitución pastoral Gaudium et spes». Un documento que, décadas después, sigue siendo un referente para ayudarnos a descubrir nuestra vocación y misión en el mundo.

Y si difícil resulta este discernimiento para el laicado, más aún lo es para aquellos que eligen el camino del sacerdocio. Extraía para mi cultivo personal una enseñanza considerable, que comparto, de las homilías pronunciadas en las ceremonias de ordenación y primera misa de un amigo este pasado fin de semana. El arzobispo de Sevilla, Monseñor Saiz Meneses, señalaba que casi se podría considerar un milagro estar a la escucha, acoger la vocación y decir sí en un mundo plagado de ruidos, en esta vorágine en la que estamos insertos y en la que las atracciones nada tienen que ver con el espíritu de acogida; e invitaba también a los ordenandos a no tener miedo a la poda para que puedan surgir brotes nuevos.

De otro lado, los consejos para el misacantano me resultaban de lo más sugestivo. Era la primera vez que escuchaba a un sacerdote de la talla de D. Antonio Mellet, miembro de la Congregación para el Clero, que de manera sencilla pero profunda hacía una invitación a no ser mundano en aquello que aparta del Señor y que viene encubierto bajo la apariencia de grandes valores; a no buscar ser un sacerdote de moda, ya que las modas son pasajeras; y a no publicar su vida en las redes sociales porque «la vida de un sacerdote es una vida escondida, con Cristo, en Dios».

Y, quizá, lo más llamativo, al menos para mí, era su deseo de que al dejar un sitio como sacerdote, el pueblo recuerde a Cristo y no a él, porque será la mejor señal de haber cumplido con la tarea bien hecha en la parcela del pueblo de Dios que se le encomendó.

Nuevos tiempos. Nuevos retos para ser cura en el siglo XXI.