Ahora que Cáritas ha lanzado una nueva campaña para ayudar a los pobres que no vemos, pobres invisibles desde nuestra acomodada miopía, yo me fijo más en los bares. En sus terrazas repletas. En ellas hay algunos pobres pidiendo pero parecen figuras testimoniales, como parte de un tradicional paisaje urbano. Son invisibles para los que están sentados en las terrazas, terrazas abarrotadas de gente que no les importa nada más que la caña sobre su mesa, la ración de japuta o la media de churros. Como debe de ser, supongo.

Desde Cáritas nos avisan que los pobres han crecido en número y hay que creerles porque ellos están en la calle, en primera línea como otra gente, mucha, está en los bares. Nos dicen que hay todavía bastantes cordobeses que no han levantado cabeza desde la pandemia y debe ser cierto aunque la pandemia se nos haya olvidado y sus damnificados también. A los de los bares, por supuesto. Ponga tres cañas más y dale una patada al olivo, niño.

Presencio una alegría consumidora y hostelera que contrasta con los avisos de endeudamiento inasumible, con la inflación sobre la cesta de la compra y ese objeto de lujo que es el aceite de oliva. Hay una inflación que no se ve en Costa Sol, Las Tendillas o Fátima. Es la inflación invisible como la pobreza postcovidiana, la inflación que se pide una media con jamón o dos gintonics. No me detengo en las zonas de alto poder adquisitivo sino en los barrios, con parroquianos ajenos a la amnistía de Sánchez, los pinganillos del Congreso y los pobres del vecindario. Y es como asistir a dos planos distintos de la realidad: la que contamos cada día y la que está tomando cerveza.

Es más: en las horas normalmente laborables las terrazas parecen más llenas, en ocasiones, que en el mediodía del aperitivo o el tardeo. Y ahora caigo en que hace años que no sé lo que es un tardeo de viernes porque, entre otras cosas, estoy escribiendo esto. Salgo poco. No estoy en la pomada porque no tengo tiempo ni para la mercromina. Pero cuando salgo observo a esa gente de bar ajena al meteorito, a la tragedia del vecino, al IPC y a la selección femenina de fútbol. No siento envidia, solo curiosidad por esa feliz manera de beberse los días y comerse una media ración incluso a final de mes.

No obstante, colaboren con Cáritas. Ellos conocen una realidad cierta que se nos escapa mientras llega el camarero.