Subidos en los hombros de gigantesBernd Dietz

Menudo circo

Las tragaderas del pueblo español vencen al caucho. Su hospitalidad hacia cualquier poder intimidatorio es legendaria

Son divertidos, los tiovivos. Si giran a buen ritmo, provocan un vértigo agradable. La música pimpante, esos vivos colores y su fuerza centrífuga te cosquillean las tripas sumiéndolas en acariciante ebriedad. La existencia es simplemente pasar sin moverse del sitio, permanecer suspenso en una puerilidad elegida, cierta irresponsabilidad feliz.

El bucle español de la última década equivale a dicha experiencia. Se repiten elecciones sujetas a patrones estancados, como le acaece al burro en la noria. La sumisión voluntaria fluye mansamente, mientras el electorado se exalta cuando encuentra solaz en el batiburrillo de prejuicios, engaños, exabruptos y teatralizaciones. Está en su salsa, seguro de encajar en las expectativas y automatismos diseñados.

Verdad que la ventana de Overton se sigue deslizando día a día pulgada a pulgada, y que con cada vuelta del carrusel se nos antojan más familiares y plausibles las sinsorgadas y claudicaciones que ayer teníamos por vilezas y hoy empiezan a pintar cautamente progresistas, no fuesen a pillarnos con el pie cambiado, luciendo la versión de ayer de lo políticamente correcto o una pancarta woke recién caducada.

Las tragaderas del pueblo español vencen al caucho. Su hospitalidad hacia cualquier poder intimidatorio es legendaria. Y hoy para colmo resulta que la izquierda radical, los separatismos etnicistas, la plutocracia que aparca en la cochera sus cohetes, según doña Yolanda, el pírrico orfeón del señor Sánchez, la trama bruselense y la OMS, las Naciones Unidas con Davos, Pfizer y BlackRock, los narcobolivarianos e tutti quanti, parecen dizque a partir un piñón, hermanados en un efluvio de amor.

Zapatero duró cinco minutos, tras decidir los amos del mundo que, pese a su engolado afán de agradar, era un craso peligro para la aritmética planetaria. Los estadistas hispanos de hogaño traen aprendida la lección. Ya no se quedan traspuestos en las cumbres internacionales como el de la ceja, y se esfuerzan en ejecutar lo que les encomiendan los jefes. Y lo hacen con afán, por si más pronto que tarde, por apremio, se tercia comprar a golpe de talonario una sinecura foránea. Su cometido esencial es traducir al carpetovetónico, usando un pinganillo cultural, adaptado a nuestras luces, las virtudes de la agenda 2030, la emergencia climática, la bendición de las vacunas, lo que toque.

El PSOE, a estas alturas, continúa siendo el plan «A» de las citadas élites. Lo han demostrado la durabilidad y el desparpajo de Sánchez. El PP de Cuca y Feijóo es una opción «B» aseada, pero guardada en reserva. De rivales, oponentes o alternativas --para miradas con perspectiva suficiente-- tienen poco, como no alcanzaron a tenerlo, en sus días, Zapatero y Rajoy. Ya el segundo se cuidó muy mucho de tocar la obra del primero. Así que considerarlos disímiles es un mcguffin para párvulos. Son como un jersey reversible que puedes lucir ora por un lado, ora por otro. Pero la prenda y el torso no cambian. Aunque nos ofusquemos, congraciemos o frustremos, por dilemas, dimes y diretes --apenas sin repercusión más allá del puestito del primo, la subvención del amigo, la cesantía del marido, la comisión que arrambla mengano o el maná que bendice a zutano--, el tutelaje exterior atañe a otras vertientes. Como es normal, el bienestar del pueblo español o nuestra armonía nacional no son asunto suyo, ni les roban el sueño. Solo importa el parné, y cobrarlo.

Saudíes, norteamericanos, franceses, marroquíes, británicos o alemanes no son, en absoluto, lo mismo. Persiguen intereses, estrategias y objetivos divergentes. Empero, en relación con España, coinciden en haberse cerciorado de que somos una perita en dulce, algo asequible. Un bien apetitoso al que no cuesta demasiado esfuerzo darle bocados, vista nuestra incapacidad para defendernos, al carecer de presciencia y vigor patrióticos. Por eso hemos consentido que nuestra deuda, a diferencia de la de otros países endeudados, como Italia o Japón, esté en alto grado en manos extranjeras.

Lo único que podría hacer que abandonáramos esta calesa de feria, renunciando al autoengaño y al voltear repetitivo, sería que las clases trabajadoras, los empresarios, los ciudadanos honrados y personas decentes en general, una sociedad civil en jerarquía meritocrática e impulsada por la vocación moral, ejercieran alguna influencia sobre la dirección del país. Para ello deberían desbancar a una casta ingente de parásitos que nos esquilman alma y hacienda. Abrir grietas en ese blindaje de garrapatas convenidas, para permitir que respiren la sana inteligencia, la biología y el orgullo nacional.