Por mi edad conozco a mucha gente de todo tipo, pelaje y condición, pero solo a dos que empleen el adjetivo ‘chulángano’ para referirse a un ser humano particularmente chulo y de contrastada bajeza. Mi señora madre suele emplearlo mucho y he crecido no solo atesorando expresiones populares ya casi extraviadas en la noche digital, sino conociendo a algunos chulánganos que salían por televisión o referidos a la vida real. Si mi madre tildaba o señala a alguien de chulángano, no dudo en ningún momento que el sujeto – siempre varón, por cierto, ya que no suele haber chulánganas- respondía a lo que la Real Academia define como «de marcada chulería». Pero una chulería arrogante e impertinente.

Entre nuestros chulos favoritos, o por lo menos los míos, están Loquillo, Jaime Urrutia o Ángel Antonio Herrera, pero ellos no entran en la categoría de chulánganos. Son chulos que aportan, que crean, que tienen mili hecha, vida corrida y libros leídos y escritos, pose auténtica y rock’n’roll. Son chulos que se lo pueden permitir y que lo son con una masculinidad innegociable que ahora molesta a los que no saben si ponerse una falda o dejarse bigote y tratan de que todos paguemos por sus traumas y frustraciones.

Guardando muchísimo la distancia respecto a mi santa madre, es Federico Jiménez Losantos quien usa el chulángano para definir/explicar a Pedro Sánchez. La primera vez que le escuché ese 'chulángano' en el que se recrea, como Carlos Herrera en las eses, tuve una sensación de familiaridad súbita porque era un chulángano de acepción conocida y sentido biliar. Aunque hay quien lo tilda de psicópata y más cosas, es el chulángano losantoniano el que mejor define a Sánchez y al propio Federico, por cierto. Volveremos a ese chulángano no sin antes repasar otros que en estos días se han manifestado y han contribuido a la Semana Nacional del Chulángano Español.

Tenemos a Óscar Puente, referido por parte de la prensa que tuvo que explicar quién era ese señor de Valladolid, como un chulángano suplente del chulángano mayor, enviado a comparecer en el Congreso en un gesto chulángano de Sánchez, porque solo ese desprecio al líder del partido ganador y a los millones de españoles que representa es el que se permiten los chulánganos amparados en el poder por el juego sucio, la inmoralidad y la soberbia. Si Óscar Puente participara de la categoría de chulo, no lloraría al revisor en el AVE si le preguntan por su amistad con Puigdemont. Un chulo te mira, intimida y sigue a lo suyo. Un chulángano se esconde en las faldas de la amnistía y el supremacismo consentido. Y corre a chivarse al revisor, como decimos.

Uno así señalado también como chulángano es un tal Viondi, el concejal socialista de las palmadas en la cara al alcalde de Madrid. Es ahí - en guantadas como esas- donde sale, por cierto, la verdadera cara del socialismo largocaballerista, que solo está esperando que la opinión pública se haya bebido todo Overton para repartir estopa.

Otro que parece que no le anda a la zaga es el director de comunicación del PSOE: Ion Antolín pertenece a esa raza de periodistas- guardajurados que mandan callar a otros periodistas cuando se salen del discurso que el socialismo dicta, como ha hecho con Joan Guirado el pasado martes en el Former Twitter.

Y en un ámbito más doméstico, desde la epistemología socialista se nos ha dicho que la democracia y la libertad de expresión son lo que el PSOE diga, como ha dejado claro nuestro Antonio Hurtado, grano en el culo como oposición socialista pero que se ha marcado un gesto chulángano no queriendo reunirse con el alcalde de Córdoba, al que le culpa de apoyar la manifestación contra la amnistía, «en contra de la democracia». Los socialistas ya imponen sin contarse la doctrina que explica contra qué te puedes manifestar o no. Dentro de poco sencillamente lo prohibirán.

Es el socialismo chulángano que viene. Que ya está aquí, en realidad. Y que media España, envilecida y chulángana, apoya.

Ese amparo, hasta para un chulo por derecho, es lo que más duele.