Generalizar es una injusticia, lo sé, máxime cuando, posiblemente, sea al contrario, es decir, que la mayoría o una gran mayoría no cumplen ese estándar de generalización, pero, desgraciadamente, es como lo percibe la sociedad. Tendemos a generalizar las cosas malas y obviamos las buenas.

De otro lado, cuando se generaliza es porque existe una corriente de comportamiento que va definiendo al grupo.

Con la salvedad anterior, vengo observando (es una apreciación mía que no quiere decir que sea estadística ni convencimiento social) que la clase política vive cada vez más alejada de realidad, en su mudo de yupis y rodeados de gente aduladora, que les distorsiona la realidad y los van elevando a una categoría superior donde no existe el error ni la autocrítica y en los que los ciudadanos nos son más que aquellos premios a obtener para seguir ganando en su juego.

Y esta actitud no es exclusiva o excluyente de un partido político o de una tendencia ideológica, la tenemos en todos lados, sean del color que sean, al igual que existen otros que sí entienden correctamente su función y se encuentran, también, en todas las formaciones políticas.

Una prueba evidente de ello lo hemos visto esta semana con la actuación de Oscar Puente, Diputado del PSOE y exalcalde de Valladolid en su «enfrentamiento» con un ciudadano en el AVE.

El Sr. Puente, al igual que muchos de los políticos españoles de la época, se olvida de que como Diputado es un servidor público y que lo que ostenta es un mandato representativo de la sociedad que lo coloca allí para que defienda los intereses de aquellos que lo han elegido en base a un compromiso adquirido con un programa y una ideología. Sentirse molesto porque un ciudadano te pida explicaciones de lo que vas a votar en su nombre no es más que orgullo, vanidad y egoísmo y, ampararse en el cargo, como único argumento para evitar al ciudadano es un acto de autoridad inadmisible en una democracia.

En mi humilde opinión se llega a esta situación porque esos políticos (también los hay en otros sectores, en casi todos) se alejan completamente de la realidad ya que acaban sólo relacionándose con personas que, supuestamente, le deben pleitesía y que jamás se atreverán a criticarle, limitándose a aplaudir cualquier ocurrencia, por muy torpe y peregrina que sea; o de aquellos que buscan obtener «su gracia» y sólo exhiben sonrisas forzadas, lo que únicamente les lleva a incrementar su ego y autocomplacencia.

Dirán, muchos de ellos, que se interesan por la opinión y situación de los ciudadanos, pero en realidad, sólo aparecen unos minutos, rodeados de cámaras y micrófonos, y no toman más conciencia de aquello que les trasladan quienes sólo están dispuestos a jalear al jefe para no perder el sitio en la foto.

Quizás sea el momento de volver al protocolo romano tras el triunfo en la batalla, en el que junto al general victorioso se encontraba el esclavo que le iba susurrando al oído «recuerda que sólo eres un hombre».

Qué bien vendría hacer una reflexión sobre lo que significa ser Diputado (o cualquier otro cargo político) como servidor público y pensar en el bien general y no sólo en el propio o en del grupo al que se pertenece.

No perdamos la esperanza, pues quedan buenas gentes que se dedican a la política y esperemos que se impongan a los impostores y entonces todos saldremos ganando.