El perol sideralAlfredo Martín-Górriz

El huerto urbano, una forma de terrorismo

El huerto urbano no es sino la traslación física a la barriada de las llamadas ideas lujosas, esas que tienen algunos privilegiados. Por ejemplo, ser partidario de la inmigración masiva cuando al único inmigrante que verás será al que te prepara el desayuno en tu chalé

La naturaleza es el templo de Satán. Para comprobarlo ni siquiera hace falta ir al Arroyo Pedroche, Los Villares, la Fuente del Elefante o la Cuesta de la Traición. Se puede hacer desde casa con el ordenador. O desde una taberna con el móvil y un medio de fino al lado. En Youtube se suceden, uno tras otro, vídeos de este jaez: un dragón de Komodo engulle en diez segundos a un corderito que bala desesperado; unos licaones devoran vivo a un antílope empezando por el bajo vientre; una avispa vence a una tarántula y le coloca un huevo dentro. Del paralizado pero aún no muerto arácnido, como en Alien, saldrá una larva que destrozará al anfitrión; unas hienas cazan y se comen a una ñu que estaba dando a luz en ese instante; unas orcas acorralan a un tiburón blanco para ingerir su hígado. Cómo tiene que ser la naturaleza de pedazo de templo satánico para que haya unos bichos que se toman el hígado del tiburón blanco y dejan el resto. ¡El tiburón blanco como un paté prémium! Por el amor de Dios, si uno está en Fuengirola en la colchoneta intentando chorrear olas y de vez en cuando miras a los lados para ver si surge una aleta tras el hidropedal con tobogán, del miedo cerval que producen esas criaturas. Pues nada, otras más grandes se lo toman como una delicatessen o un producto de lujo. «Anda cariño, veme a por una mijita de foie de tiburón» se dicen entre ballenas asesinas con sus agudos pitidos. «El cuerpo lo tiras, es carne muy basta». ¡¡¡No se engañe, querido lector, eso está sucediendo ahí fuera todo el rato!!!

Me viene a la mente todo esto tras leer las protestas vecinales sobre el deterioro de las instalaciones situadas en el antiguo Cine Andalucía. Son variadas, pero hay una solicitud especialmente inquietante: un huerto urbano.

El huerto urbano irrumpió en la vida de los cordobeses en los primeros dos mil, como una forma de distracción para los vecinos que además fomentaba valores conservacionistas. Convivencia y ecología se daban la mano ante un azadón y un gorro de paja como testigos mudos. Rememoro mis peripecias como joven periodista entonces, cuando llegué a realizar reportajes de huertos urbanos destinados a jóvenes. Estaban situados en colegios y centros cívicos de barriadas marginales. Pululaban por ahí niños de doce años que si te los encuentras en la calle te cambias de acera mediante un triple salto. Procuraban distinguir entre tomates y pimientos antes de terminar las clases a las que no iban, para poder seguir esnifando pegamento tranquilamente. Durante años, el huerto urbano se convirtió en una petición constante junto a los aparcamientos. En los barrios cordobeses se necesita estacionar el coche y labrar la tierra.

Hemos dejado atrás al oso gigante. Hemos dejado atrás al tigre de dientes de sable. Hemos dejado atrás las zonas pantanosas plagadas de mosquitos transmisores de enfermedades infecciosas. Hemos dejado atrás a la serpiente insidiosa y al leopardo acechante. En suma, el ser humano ha conseguido dejar atrás a la naturaleza y mantenerse protegido en maravillosas ciudades llenas de cemento y plazas duras cuyas altísimas temperaturas mantienen a raya a cualquier ser vivo. Y vienen ahora las asociaciones vecinales y cuatro ecologistas a traernos el campo aquí. Lo dejamos atrás por algo. La España vaciada se vació por algo. Si no ocurriese ese algo estaría LLENA. Pero vamos a comprobar cómo está… sí, y a ver por allí… también, y por el otro lado…igual: VACÍA. Está VACÍA. ¿Por qué? Pues por ALGO.

Y sin embargo un reducto de la población cordobesa se empeña en traer la naturaleza de vuelta con lo que costó dejarla bien lejos. Miles y miles de años tirados por la borda en cuanto te incrustan un huerto urbano a la vuelta de la esquina. Hay que abordar al huerto urbano como una forma de terrorismo, y al vecino que sabe como injertar una tomatera en una planta de pimiento y además te lo explica ufano como una de las mayores amenazas para la democracia. Miradlo qué contento está mientras dinamita todo el trabajo de nuestros ancestros a costa del erario. El Ayuntamiento le ha comprado hasta el rastrillo y los pantalones de peto. Es enteramente el de Espárragos Carretilla pero en chungo. «Ahora voy a hacer magia con este otro injerto», dice el andoba. Madre mía, qué personaje. Miradlo una vez más antes de seguir.

El huerto urbano no es sino la traslación física a la barriada de las llamadas ideas lujosas, esas que tienen algunos privilegiados. Por ejemplo, ser partidario de la inmigración masiva cuando al único inmigrante que verás será al que te prepara el desayuno en tu chalé. Esas ideas las copian después los menos privilegiados o tiesos comunes para parecerse a los de arriba. Es como cuando antaño, sin apenas un duro, alguien se gastaba todo lo que tenía en un cochazo para aparentar. Pero ahora se compra el concepto porque cochazo puede tener casi cualquiera. Otra idea u opinión lujosa habitual está relacionada con el cambio climático. Y ahí no falla el famoso de turno hablando sobre la huella de carbono en diversos puntos del mundo a los que acude en avión privado. Luego esto, de nuevo, lo adopta el tieso.

Huerto urbanoLVC

En Córdoba hay miles de habitantes en cada distrito. Algunas barriadas periféricas, las menos pobladas, tienen entre 10.000 y 15.000 habitantes. El centro o Levante más de 50.000. Por el propio uso del huerto urbano, incluso aunque tuviese un notable tamaño, muy pocas personas podrían utilizarlo en comparación. La inversión quedaría para un grupito muy, pero que muy reducido.

¿Por qué entonces tanta reivindicación? Como decimos, el huerto urbano es una rúbrica, una muestra palpable de idea lujosa que entronca con las ideas globales de emergencia climática. Las asociaciones de vecinos de Córdoba, casi todas ellas de corte izquierdista, cuentan así con un lugar que muestra tanto su superioridad moral como su parentesco imaginario con las élites. «Yo también soy como vosotros», piensa para sí mismo Rafaé mientras mira ensimismado a un brócoli.

Más del 50% de España son bosques y la naturaleza es amoral. El huerto urbano nos trae de nuevo al lado de casa a las crías de la escolopendra comiéndose a la propia madre, a la comadreja rompiendo la cerviz del ratón, batracios, murciélagos, aves con sus cagarrutas, qué sé yo. Musarañas incluso.

Toda esta cadena de vida y muerte donde se impone el más apto con absoluta crueldad quedó circunscrita estrictamente al campo, esto es, por allí más arriba de la cuesta del reventón, por allá después del hotel Maestre Escuela y por acullá donde termina el barrio del Naranjo.

Así que, miembro de una asociación de vecinos, asuma que hay Dezas, asuma que hay Piedras, no me traiga otra vez la cadena trófica a mi portal.

Porque eso es terrorismo.