El pasado lunes no fueron nada fáciles las últimas horas de clase. Tras varios días pendientes de algún indicio que llevara a conocer el paradero de Álvaro, se confirmaba la peor comunicación que se podía transmitir. Cuatro días de oscuridad en los que la respiración se estuvo conteniendo, un tiempo que se iba debatiendo en la disyuntiva entre mantener viva la esperanza del encuentro o admitir un mal presagio en tanto en cuanto el paso de las horas iba en aumento.

No lo conocía, pero desde que saltó la noticia no pude más que tener en mi pensamiento además de a su familia y círculo más cercano, a tantos chicos de su edad que estaban viviendo con angustia e inquietud la falta de información. Tratar en el día a día con jóvenes, te hace inexorablemente empatizar con ellos. Muchos se sentían identificados con él, razón por la cual el día de su desaparición las redes sociales no tardaron en inundarse con su fotografía mientras que las aplicaciones de mensajería entraban en ebullición; era evidente que el apoyo al esclarecimiento de este suceso constituía un interés común. Pude comprobar este hecho cuando no veía otra cosa que no fuera sucederse en las actualizaciones de estado, en las historias, en todo tipo de medio de comunicación local, autonómico o estatal, la repetición de la misma llamada que se hacía eco una y otra vez como elevando un grito desesperado.

La crónica del lunes sonaba como un mazazo en el aula. Entre los alumnos que tenía en ese momento, compañeros de fútbol, amigos comunes, conocidos e incluso algún familiar indirecto de Álvaro. A la impotencia que mostraban, se sumaba un sentimiento de conmoción que dejaba a todos sin palabras según conocían el fatal desenlace. Jóvenes en plenitud, con sus defectos y virtudes, con sueños e inquietudes, estudiantes con las preocupaciones propias de su edad, que parecían aturdidos al comprender la fragilidad humana.

Alumnos del Sagrado Corazón, guardando un minuto de silencio

No era la ocasión de emitir juicios ni de contribuir a difundir informaciones sin más intención que conseguir la siembra del mal. Era la hora de procurar la calma, de alcanzar la tranquilidad tras el sobresalto, de ofrecer la vida de un compañero, un conocido, un amigo.

Se han sucedido las concentraciones en su memoria. También en el Centro de Magisterio «Sagrado Corazón», congregados en el patio de entrada, una oración y un minuto de silencio se unían ayer a toda la comunidad universitaria cordobesa a la que pertenecía. Descansa en paz, Álvaro.