Escribo estas líneas tras leer con absoluta perplejidad, transformada en indignación, el borrador de la Ley de amnistía preparada por lo que sin duda son un grupo de incalificables, vestidos, como para la noche de los muertos, en cadavéricas mentes maléficas portadores de guadañas prestas a asestar el golpe de gracia a la democracia en nuestro país.

Ni en mis peores sueños imaginé que pudiera perpetrarse semejante violación no ya a la Carta Magna, sino a la integridad y decencia de España y los españoles.

Doctores tiene el Derecho que, más cualificados sin duda que este letrado de provincias que les escribe, desgranarán con mejor criterio el grosero socavón que van a causar en nuestra Constitución, principiando por el reconocimiento de un conflicto entre Estado español y Cataluña, cuando menos heredado desde la segunda república, hasta terminar matizando el carácter meramente político de dicho desencuentro y el desacierto en la aplicación de la ley al mismo.

Así, al margen de la igualdad de los españoles ante la ley y el sometimiento de todos a su imperio, sobre la base de esa identidad independentista que el parlamento catalán mostró en sus actuaciones desde el año 2013, y prescindiendo completamente de los valores democráticos que a todos nos complacen a la par que obligan, han creado un monstruo presto a devorar las instituciones a la par que configurar un virus letal que acabe con aquéllos.

No es que cause sonrojo, es que es directamente vomitivo.

En el nombre de España no puede sustentarse semejante ignominia. En el nombre de España no puede, no ya perdonarse, sino reconocer que las barbaridades que vivimos en aquella pantomima de referéndum y jornadas posteriores, fue tan solo una expresión democrática represaliada por un Estado, el español, como si de una carga de la legión en las ramblas se tratase. En el nombre de España no puede sostenerse la impunidad de quienes, en su exclusivo beneficio de políticos horteras, ordinarios y de ideología pro nazi, incitaron a la sublevación y al enfrentamiento mientras algunos huían escondidos en el maletero de un coche para excitarse en sus mansiones de un exilio que ya quisiéramos para nosotros, mientras los que aquí nos quedábamos no dábamos crédito a las imágenes vividas aquellos días.

No, en el nombre de España, no.

Será en el nombre de un régimen cada vez más parecido a las dictaduras populistas latinoamericanas, pero no en el de España. Será en el nombre de quien aspira a mantenerse a toda costa en el poder, pero no en el de España. Será en el nombre de una panda de imbéciles borregos que no saben buscar la comida más allá del pastor que los apesebra, pero no en el nombre de España. Y todo ello bajo el innombrable silencio de Europa, que una vez más verá nacer la enfermedad en su seno y que no actuará, como en otras ocasiones, y si es que esta vez puede, hasta que la podredumbre empiece a extenderse.

Y no confundan mis palabras con una defensa a ultranza de la unidad de España como si de una grande y libre se tratase. No, insisto, no va por ahí mi hastío.

Me refiero a los millones de españoles que, preocupados como pocas veces, llamábamos a diario a nuestros amigos que vivían en Cataluña haciéndoles saber de nuestro apoyo y nuestra empatía, los millones que presenciamos con alivio cómo las aguas volvían a su cauce, y con preocupación la desbandada de empresas hacia otros lugares de nuestro país. Los millones que pensábamos, y pensamos, que la estructura política del Estado no tiene por qué ser inmutable, llámense Comunidades Autónomas, provincias y municipios, o mancomunidades y estados federados, pero ello siempre desde la libertad de, siguiendo los cauces legales que a todos nos constriñen, modificar la Constitución, previa consulta general a todos los españoles.

Pero esto es una tomadura de pelo en toda regla, una claudicación y una rendición del Estado a unos delincuentes y otros descerebrados por parte de un personaje ebrio de poder que al modo absolutista de « el Estado soy Yo», actúa en su propio beneficio bajo el nombre de España, saltándose a la torera sus obligaciones como presidente de todos los españoles, como garante de la división de poderes y de la unidad de España e igualdad de todos sus ciudadanos, y sembrando una semilla contaminada que acabará germinando y corrompiendo el estado de derecho.

No alcanzo a entender cómo puede actuarse de esta manera. Tendría que trasladarme a los albores de la segunda república, a las influencias de una francmasonería burguesa catalana en extraña cohabitación con el comunismo salvaje de aquella época. Y aún así, vistas las similitudes actuales, que hacen compañeros de cama a los republicanos, burgueses y antisistema catalanes, alcanzaría a identificar (que no a entender y mucho menos compartir) sus reivindicaciones. Pero que esto haya sido asumido por el presidente del gobierno de España, más allá de su indudable gusto a mandar, me hace pensar muy seriamente en sus auténticas intenciones, o lo que sería más grave, en su absoluta inconsciencia.

No podemos callar, no podemos asumir que esto vaya a culminar con la micción de estos títeres sobre el resto de los españoles. Y si finalmente así acontece, tengan preparado el paraguas o el chubasquero, porque la meada va para largo.

PDA: Protégenos bajo tus alas, San Rafael.