Los mayores y quienes los cuidan
Los fines de semana siempre dan juego para ir cavilando el tema sobre el que escribir en los siguientes días. A veces sucede que confluyen varias ideas que vienen a insertarse en un tronco común. Una de mis grandes aficiones está en el teatro, por lo que siempre que puedo acudo a las funciones que se ofrecen en nuestra ciudad. Pues bien, el día cuatro volvía a la escena Nuria Espert en La isla del aire y su magistral representación traía a mi cabeza un buen puñado de ideas: la tradición, la ancianidad, el papel de la mujer en la familia… Lejos de hacer una crítica de la obra, que ya ha merecido unas cuantas páginas desde su estreno, me quedaba con algunas cosas propias de los mayores y de quienes los cuidan. Ya lo manifestaba la protagonista hace unos días en una entrevista, la vida y el teatro no se diferencian sino que se complementan.
Y unía este tema a la conmemoración que se hacía el domingo del Día internacional de las personas cuidadoras, un recuerdo a esos apoyos que permiten algo de bienestar en los que no son capaces de valerse por sí mismos. Declarada por la Organización de las Naciones Unidas, esta fecha apenas cuenta con una década de recorrido. Según la Organización Mundial de la Salud, un cuidador «es la persona que atiende las necesidades físicas y emocionales de un enfermo, por lo general su esposo/a, hijo/a, un familiar cercano o alguien que le es significativo». Pero el drama que abunda en este siglo, la soledad, enlazado con las prioridades a las que nos conduce el mundo, hace que en muchas ocasiones no haya quien se ocupe de las personas dependientes o de edad avanzada. Sin remuneración ni horarios no hay esfuerzo que valga en una sociedad tan deshumanizada como la nuestra que está olvidando, entre otras cosas, a los mayores. Por esa razón, los cuidadores familiares están dando paso a los cuidadores profesionales, o tristemente, pseudoprofesionales.
En la obra de teatro, Nuria Espert aparecía como una madre que iba rotando a caballo entre la casa de cada una de sus dos hijas, con sus luces y sus sombras pero manteniéndose en el seno del calor doméstico.
Mucho más que en otros aspectos, la pandemia marcó un hito del que poco se ha aprendido, más bien ha hecho el efecto contrario provocando malos hábitos en aquellos que desarrollan su trabajo en entornos vulnerables. La empatía y la paciencia no suplen los vínculos afectivos pero ayudan a sobrellevar la carga de la enfermedad, el desamparo y la indefensión.