La verónicaAdolfo Ariza

Preguntar por el sentido de la vida al ChatGPT

Al parecer resulta que la pregunta que más dirigimos al ChatGPT – ya dijo en su momento el filósofo alemán Adorno (1903-1969) que «la fe en el progreso es opuesta a la fe en la interioridad» - es aquella que versa sobre el sentido de la vida. ¿Qué nos está pasando cuando hemos de acudir a una máquina para expresarle nuestro gran interrogante? De todos es sabido que si bien es difícil el poder llegar, según que cuestiones, a una respuesta; es un hecho, difícilmente negable, que «hay un colapso del entendimiento que es tan evidente como el hundimiento de una casa». Puede que este colapso, en gran medida, sea el que explique el que tengamos que recurrir a una máquina buscando una respuesta que sólo es formulable y comprensible desde la gramática del día a día y de lo cotidiano.

Puede que este individuo que recurre a la máquina sea diagnosticable de «agotamiento mental» por la ausencia de un contenido verdadero en lo que el mismísimo Chesterton llamaba «imaginación mística» cuyo secreto es «que se puede entender todo con la ayuda de cosas que no se entienden». Siguiendo con el símil de los galenos, se podría decir que «si tuviésemos que tratar con una mente enferma deberíamos darle aire y no razones, tendríamos que intentar convencerla de que hay algo más limpio y fresco que el ahogo de un simple argumento». El problema se acentúa cuando se reconoce que este consumidor de Chat GPT en cuestiones del más hondo calado suele estar «encerrado en la celda limpia y bien iluminada de una única idea, y toda su atención se concentra en un único punto doloroso» por lo que «carece» de «duda» y «complejidad saludables».

Ahora bien, en una tesitura tal, es conveniente buscar un remedio que, de seguro, podría comenzar por preguntarle – sigo con Chesterton -: -«¿De verdad crees no hay una vida más plena y un amor más maravilloso que el tuyo y que es cierto que la carne debe tener fe en tu minúscula y penosa compasión?». Y de igual modo habría que advertirle: -«¡Qué feliz serías y cómo se colmaría tu vida si el martillo de un Dios más poderoso hiciera pedazos tu pequeño cosmos, dispersara las estrellas como lentejuelas y te dejara en terreno despejado donde pudieras mirar hacia arriba o hacia abajo como los demás hombres!».

La experiencia nos dice que «cualquier persona cuerda sabe que tiene un poco de animal, un poco de diablo, un poco de santo y un poco de ciudadano; es más, cualquier persona esté verdaderamente cuerda sabrá que tiene un toque de locura» si bien los locos, propiamente dichos, no dudan nunca”. Pero no solo esto nos dice la experiencia sino que además es esta misma maestra de la vida la que te hace percibir – a veces «a base de palos» – que «[…] los que buscan al Superhombre y se esfuerzan por encontrarlo al otro lado del espejo» y los escritores «que sólo piensan en dejar huella en lugar de crear vida para el mundo se hallan sólo a unos centímetros» de una «terrible vaciedad». «El placentero mundo» que nos rodea, a la larga, ennegrece como una mentira y «los amigos se esfumen igual que fantasmas». De ahí que «cuando el hombre que no cree en nada ni nadie se halle a solas con su propia pesadilla, se escribirá sobre él con vengativa ironía el gran lema de los individualistas […]: ‘Este cree en sí mismo’».

Siguiendo con Chesterton se podría decir que en esta búsqueda del sentido de la vida es ese elemento místico del que se ha hablado más arriba - «Las personas corrientes siempre han estado cuerdas porque las personas corrientes siempre han sido místicas» - el elemento vital para poder llegar a alcanzar «una visión estereoscópica» (ver dos imágenes diferentes al mismo tiempo) por la que puedo creer «siempre en la existencia del destino, pero también en el libre albedrío». Es precisamente ese equilibrio entre aparentes contradicciones lo que mantiene a flote y vivo la más verdadera búsqueda del sentido de la vida.