Malas personas
En los tiempos turbados que estamos viviendo, cada día tengo más conciencia de la presencia del bien y del mal así como de la existencia de personas que se consideran por encima de ambos. Sin conseguir estos la altura, eso sí, de ejemplos como el de San Juan de la Cruz que, después de haber alcanzado el éxtasis, dejó versos tan lúcidos en sus coplas como los que siguen: …El que allí llega de vero, / de sí mismo desfallece; / cuanto sabía primero / mucho bajo le parece, / y su ciencia tanto crece, / que se queda no sabiendo, / toda ciencia trascendiendo. / Cuanto más alto se sube, / tanto menos se entendía / que es la tenebrosa nube / que a la noche esclarecía: / por eso quien la sabía / queda siempre no sabiendo, / toda ciencia trascendiendo…
Desde el inicio de la creación, el mundo se mueve en esta dicotomía y conocemos que la causa del mal radica en la libertad de elección que se nos brinda. Dios nos hizo libres y si el mejor ejemplo de mal está en el pecado, el de bien, en la redención que se nos ofrece desde la cruz.
Si miramos al campo de la Filosofía, ya Aristóteles pensaba que una acción buena es la que conduce al logro del bien, por lo que la acción opuesta sería mala. Para Platón, el mal no es externo a las personas sino una realidad, si bien atribuye el mal a la ignorancia. Nietzsche habla de mala conciencia. Kant, de la buena voluntad… Si vamos a la Literatura, en Macbeth, Shakespeare plasma una lucha atormentada entre el bien y el mal. Y con este recorrido, es posible recrearse en los versos de César Vallejo cuando dice aquello de: Quiero ayudar al bueno a ser su poquillo de malo / y me urge estar sentado / a la diestra del zurdo, y responder al mudo, / tratando de serle útil en / lo que puedo, y también quiero muchísimo lavarle al cojo el pie, / y ayudarle a dormir al tuerto próximo.
Si hablamos de buenos y malos, estamos inevitablemente categorizando en términos absolutos, cuando en un mismo ser hay sentimientos de uno y otro tipo, igual que los días se suceden o se acogen desde esas dos perspectivas.
Lo más detestable son las malas personas: las que medran, las que no van de frente o aquellas que omiten cualquier atisbo de bien porque la envidia les corroe. Me resultan execrables los que escupen veneno por un colmillo, retorcido por supuesto, para dañar instituciones naturales como la familia. Y, más aún, la peor maldad que acogen en solidaridad sus inmediatos. Todo ello me lleva a concluir con un hecho objetivo: nadie que engendre el mal, cosechará la felicidad.