Crisis en la catequesis de nuestros días
Precisamente en estos días se ha publicado el Catecismo para Adultos Buscad al Señor de la Conferencia Episcopal Española. La presentación que hace Monseñor José Rico Pavés, Obispo de Asidonia-Jerez y Presidente de la Comisión Episcopal para la Evangelización, Catequesis y Catecumenado de la Conferencia Episcopal Española, nos brinda una serie de llamadas de atención por las que creo que deberíamos sentirnos llamados a realizar una reflexión, tanto en voz baja como en voz alta, que pudiera preguntarse por el «cómo» en la transmisión de la fe de un modo que no esté condenado al fracaso.
El Obispo asidonense nos invita a considerar un dato fácilmente palpable: «En las últimas décadas han proliferado los instrumentos al servicio de la catequesis. Junto a los catecismos han aparecido guías, materiales complementarios, recursos catequéticos, etc., orientados cada vez con más precisión al desarrollo de la acción catequética». Lo irónico de la constatación se percibe cuando se cae en la cuenta de que si bien «nunca en la historia de la Iglesia han existido tantos instrumentos para la transmisión de la fe como en el momento presente», sin embargo, «nunca antes se había experimentado una crisis tan aguda en la evangelización y la catequesis como la que hoy se padece». El diagnóstico no es nuevo. Ya en su momento el, por aquel entonces, cardenal Ratzinger denunciaba «el estrepitoso fracaso de la catequesis moderna», sensación más acuciante si cabe cuando se percibe el claro contraste con «la evangelización del mundo antiguo», entendida esta desde la realidad de «hombres que, en el desarrollo normal de su trabajo, se han encontrado a otras personas y le han comunicado la novedad fascinante de su fe» (cf. Mirar a Cristo [Valencia 2005]).
En este misma línea se pronunciaba no hace mucho tiempo el filósofo italiano Massimo Borghesi. El problema, a su entender, está en una «catequesis moderna que cree que el cristianismo puede convertirse en algo incidente mediante la elaboración de un discurso más sofisticado, más puesto al día, como si fuera un problema de palabras o de lenguaje o de técnica». Es un hecho que se han dado «millones de palabras» y «hay millones de cartas escritas sin resultados». No se puede pretender vivir en «la gran ilusión» de que «alguien se pueda convertir en cristiano mediante una técnica cristiana más sofisticada».
Pero el drama – sin ánimo de pretender reducir el presente artículo a un conjunto de ayes y lamentaciones – no termina ahí. Tal y como sigue indicando la misma presentación de Monseñor Rico Pavés, no podemos dejar de constatar en ningún momento unas «inercias dañinas» en el ámbito de la catequesis y la Iniciación cristiana. En concreto, son tres las señaladas. La primera sería la «asimilación de la catequesis a la enseñanza religiosa escolar, en su método, periodos y contenidos». El que fuera arzobispo de Milán, cardenal Angelo Scola, en este sentido, ya indicaba la necesidad de eliminar «la separación abstracta entre catequesis, entendida vagamente como un momento escolar, y la vida cristiana». No habrá verdadera catequesis si no se propone «una vida nueva en Cristo, el encuentro con Cristo en el interior de una comunidad concreta». Scola concluía taxativamente: «Lo que falta, me parece, por lo menos en Italia, es esta experiencia de comunidad».
La segunda de «las inercias dañinas» pasa por «entender la catequesis como simple preparación a los sacramentos, convirtiendo estos en celebraciones de despedida». La tercera, y última, de «las inercias dañinas» es la «‘utilización’ de los sacramentos para ‘retener’ a niños, jóvenes o adultos con la promesa de recibir un sacramento». En ambos casos, segunda y tercera de las inercias, lo que subyace es una deformación del sentido y la identidad de los sacramentos, ya que los relativiza, reduciéndolos a meros ritos al interior del itinerario catequético de maduración en la fe, o entendiéndolos como momentos de mera «ratificación» de aquello que ha sido descubierto en la catequesis.
En este sentido, un gran liturgista como fue Ignacio Oñatibia expresaba su deseo de que la teología occidental recuperase una sensibilidad real hacia la presencia de Cristo y de su Espíritu en los sacramentos de la Iglesia. Para él, era de vital importancia que esa recuperación no quedase confinada a un círculo reducido de intelectuales, sino que descendiese de las publicaciones de los especialistas y de los documentos del magisterio al nivel de la conciencia del pueblo de Dios. De ahí que la catequesis, para ser fiel a sí misma, no deberá limitarse a transmitir una doctrina, unas ideas, sino que procurará ayudar a los fieles a participar efectivamente en el misterio, a sabiendas de que la primera y principal mistagogia es la celebración misma del misterio. Por eso es tan conveniente subrayar que el clima de fe de las celebraciones debería ayudar a los fieles a percibir la presencia del misterio y de sus protagonistas y a entrar en comunión.
Volviendo a la segunda y tercera de «las inercias dañinas» y a los planteamientos de Monseñor Rico Pavés, tal vez sea útil, en primer lugar, evocar a Benedicto XVI: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona»; en segundo lugar reafirmar, hoy como en todas la épocas, que «el cristianismo no es una expresión más de la búsqueda de Dios […] sino la proclamación gozosa de que ha sido Dios el que ha venido a su encuentro». Y finalmente llegar a aclarar: «El encuentro con Jesucristo no es la evocación, mediante el recuerdo, de un personaje del pasado, sino la experiencia de un trato con quien vive para siempre».
Ahora bien, ¿percibimos estas claras señales de que nos encontramos ante una nueva etapa evangelizadora en la que se hace evidente la urgencia de una evangelización nueva ‘en su ardor, en sus métodos y en su expresión’ (Juan Pablo II, 9 de marzo de 1983)?