La culpa fue de Walt DisneyBlas Jesús Muñoz

Presuntas buenas personas

«En cualquier conjunto de personas los hay, el presunto simpático, el presunto sabelotodo el presunto y perpetuo alegre, y hasta el presunto ser superior»

La decadencia -de cualquier tipo- deja ante uno sensaciones contrapuestas. Por un lado trae consigo un halo poético, que se gusta en la belleza marchita; mientras, por otro, hiela el corazón ante el final de una época. Y esto último ocurre por más que se desee que esto suceda y cambie la sociedad.

Y todo porque hay una bondad en el pensamiento, esa que se ampara en el estado natural (como se estudiaba en Derecho) por medio de la que tendemos a pensar que las cosas van a mejorar necesariamente. Esas ganas de ir hacia un horizonte prometedor son las que nos mantienen quietos, tranquilos, pacientes y apesebrados.

Un estado latente de esclavitud semiconsciente, que nos ata con un nudo sutil, pero fuerte, a la sociedad. Y, dentro de ella, a quienes en nuestras pequeñas esferas intentan sobresalir de diferentes maneras. Es lo mismo a todos los niveles, pero si se analiza el cotidiano, el de la convivencia con los demás durante cada fin de semana, por ejemplo, la evidencia se hace palmaria, apenas se usa un método muy simple, el empirismo.

La fórmula de los Francis Bacon y compañía es perfectamente aplicable al análisis de las relaciones humanas. Así se puede observar el reverso de los presuntos. Y es que todos somos para los demás un supuesto, una etiqueta que muy pocos se atreven a ignorar para conocernos.

En cualquier conjunto de personas los hay, el presunto simpático, el presunto gracioso, el presunto sabelotodo que va con la aureola de la superioridad moral, la presunta oveja negra, el presunto rarito, el presunto ser espiritual, el presunto y perpetuo alegre, y hasta el presunto ser superior.

Todas son presuntas buenas buenas personas hasta que un acontecimiento sacude al grupo humano o a uno de sus miembros le da por mirar más allá de la etiqueta. Ese es el momento en que aparece la decadencia y ya no es tan poética y se desea hasta lo malo por conocer.