De comienzo en comienzoElena Murillo

Lluvia

Actualizada 05:00

El arranque de la semana, con esa llovizna persistente que nos regala estampas al más puro estilo gallego, provocaba en mí una sensación placentera, repleta de añoranzas vividas en las tierras del norte de España. Lo que se conoce por estos lares como chirimiri o calabobos, viene a llamarse orvallo u orballo en gallego y orbayu si nos trasladamos a tierras asturianas. Con esa lluvia que de una percepción insignificante pasa a dejarte empapado en un santiamén, se podría relacionar a los oriundos de estas tierras, quienes pasan sin hacer ruido, sin notarse apenas, si bien arrastran la fama de no mojarse cuando se les interpela.

El lunes tenía efecto brumoso, a imagen de una mañana en las aldeas de O Cebreiro o de Hospital de Bruma. También evocaba la neblina propia de muchas etapas del itinerario jacobeo a su paso por la comunidad de Galicia en las que, al modo gallego, dice uno para sí eso de «si chove que chova» (si llueve, que llueva) y continúa la ruta más feliz que una perdiz, comprobando el encanto de un día en el que apreciar el agua al caer como el mejor regalo de la naturaleza. El aspecto del amanecer de ayer, martes, era más impresionante aún. La niebla lo envolvía todo, desprendiéndose al caminar un espectáculo de luces no habituales en nuestra retina.

Y, así, con el pensamiento en pleno vuelo, imaginaba en mis adentros a Rosalía de Castro escribiendo en Padrón, en su casa de la Matanza, su obra En las orillas del Sar:

Era apacible el día / y templado el ambiente, / y llovía, llovía / callada y mansamente; / y mientras silenciosa / lloraba yo y gemía, / mi niño, tierna rosa, / durmiendo se moría. / Al huir de este mundo, ¡qué sosiego en su frente! / Al verle yo alejarse, ¡qué borrasca en la mía!

De ahí pasaba a La Coruña y figuraba a Emilia Pardo Bazán, observando desde su ventana la iglesia de Santiago:

«…orientado al naciente, la virazón marítima calla y no se oye más que el goteo argentino de la lluvia en los cristales. Pero se ve –tan cerca que se me viene encima, que me parece estarla tocando (…), -la fachada gótica de la iglesia de Santiago (…), gris y pálida, con su cornisa cuarteada por el peso de los años, su pórtico de arco apuntado, señalando ya la ojiva, y sus dos santos de piedra que sostienen el arco y se miran inmóviles, siempre desde la misma distancia, a guisa de almas enamoradas que no pueden jamás reunirse…».

En definitiva, estos días que desprenden ese romanticismo especial, son una sugerencia ideal para la recreación de un ambiente que invite a la deleitación.

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