El perol sideralAlfredo Martín-Górriz

La entrevista al artista con aristas

Resulta habitual que se entreviste en los medios de comunicación locales a los diferentes artistas de la ciudad o provincia dedicados a campos dispares. Unas veces es un director de cine, otras un poeta o un novelista, también hay arquitectos o personas dedicadas a las instalaciones contemporáneas. En otras ocasiones es un escultor, un artesano, un cocinero o un disc-jockey, pues las obras maestras pueden venir desde cualquier sitio. Muchos de ellos suelen trabajar fuera. En un momento dado, el periodista hace la gran pregunta, relacionada con la repercusión de su obra en Córdoba o cómo cree que la ciudad acoge a sus disciplinas. Puede ser algo así, pero hay muchas maneras: ¿cree que en la ciudad hoy día puede desarrollarse una carrera como (ponga usted aquí lo que quiera). O bien: ¿Es Córdoba un lugar para (y de nuevo rellene al gusto)?

El artista se queda pensativo. Quizá entorne los ojos o frunza el ceño ahora que fruncir el ceño no está de moda. Y a la gran pregunta le sucede la gran respuesta habitual. El entrevistado disertará sobre el maltrato al que le somete la ciudad, donde sus obras del mundo del (ponga usted el que más le guste o dé coraje) no son bien acogidas, y donde le resulta difícil desarrollar una carrera como (rellene al gusto de nuevo). El sentimiento de incomprensión suele ser mayor cuanto más lejos viva el artista y más cosmopolita o renombrada sea su ciudad de acogida. En esos casos la indiferencia de Córdoba hacia su obra es tan dolorosa que la ciudad es directamente culpable de leso delito de desinterés.

¿Qué ocurre para que se produzca este sentimiento de vulnerabilidad de los hijos de Córdoba ante el abandono de su madre? ¿Cómo la milenaria progenitora puede mostrar este desapego ante tales artistas con almas llenas de aristas?

A lo largo de lustros y lustros, y podríamos remontarnos a los años ochenta con aquel famoso artículo de Rafael Sánchez Ferlosio titulado «La cultura, ese invento del Gobierno», las actividades creativas han ido formando parte del universo de las ideas hegemónicas, siendo lo artistas sus principales focos de emisión. Esto hace que la sencilla adscripción al llamado mundo de la cultura o del arte mediante una obra publicada o emitida se considere como formar parte de un selecto club que añade la superioridad cultural a la moral que ya viene de serie. ¿Se puede obtener más por menos?

Pero con el sentimiento de superioridad y la consideración a título personal de pertenecer a una élite vienen las exigencias. Y así, el escritor del enésimo libro de ripios, la novelista de una historia de mujeres que elaboró con ayuda de un negro literario, el que grita en un grupo rock o el perpetrador de instalaciones pedirá a Córdoba el reconocimiento inmediato que se le debe. Córdoba no está a la altura de sus méritos. Esto añade un plus: el sentimiento de incomprendido. Repetimos, ¿se puede obtener más por menos?

Pues claro que sí, ¿le cabía duda? Pues a partir de ahí surge la letanía, ese publicar obras y vagar por los medios arrastrando esa imagen en la que contrasta su esfuerzo creativo siempre a cargo del erario y la postergación a la que le somete la ciudad, pues nunca termina de llegar la merecida estatua ecuestre, la medalla o la ensaladera, pues en Córdoba puede caerte una ensaladera si uno es un artista egregio.

Sumado a todo ello el narcisismo imperante en la sociedad tenemos a una pléyade de artistas sin repercusión alguna, muchos de ellos sin el más mínimo atisbo de talento, subvencionados o aspirantes a subvención, exigiendo a Córdoba un aplauso y renombre que al parecer la ciudad les ha de conceder por el mero hecho de respirar.

Todavía está por llegar el artista de valores auténticos, que no se pregunte acerca de lo que Córdoba le debe, sino que asuma lo que él le debe a la ciudad y lo que puede hacer por Córdoba.