Al tenazónRafael del Campo

El pobre Pueblo de Dios

La declaración « Fiducia supplicans», documento promulgado por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe con el refrendo del Papa Francisco, ha supuesto una verdadera conmoción en el seno de la Iglesia. No sólo por la innovación que supone admitir expresamente la bendición de parejas «irregulares» y de parejas homosexuales sino, en mi opinión, y especialmente, por la contestación que ha generado por parte de sacerdotes, obispos y cardenales en medios de comunicación, blogs, canales de Youtube y redes en general. Ello supone un evidente desafío a Roma, impensable no hace mucho y, en cierta medida, un resquebrajamiento de la «unidad»dde la Iglesia.

Habrá que comenzar enfatizando lo que para mí es obvio: los católicos debemos estar con el Papa, nos guste más o nos guste menos. Eso de seguir al Papa cuando su enseñanza coincide con nuestros criterios no es seguir al Papa: es seguirnos a nosotros mismos y, aparte de un indicio de soberbia, es desconfiar del Espíritu Santo quien, según creemos, insufla su gracia en el Santo Padre y orienta sus decisiones. Y si alguien considera que el Papa está equivocado ( y esto va especialmente por la jerarquía ) que eleve sus consideraciones por el «conducto reglamentario». Airearlo en redes es, desde luego, el modo más dañino y contraproducente de proceder.

Si examinamos las posturas a favor o en contra de« Fiducia supplicans» ( especialmente las contrarias ) constatamos que se pone el énfasis en cuestiones de una sutileza intelectual muy refinada: ¿ Cual es la verdadera naturaleza de la bendición que se propone ? ¿ Estamos ante una bendición pastoral o ante una bendición litúrgica ? ¿ Quién es el destinatario de la susodicha bendición: la pareja como tal, los integrantes de la misma individualmente considerados, la «situación» irregular que los une ? ¿ Se puede bendecir a las personas y no a la situación de pecado en que pudiera encontrarse ? ¿ Se puede bendecir a quien no va a cambiar, previsiblemente, de vida ?

Y al buscar respuesta a esas preguntas me topo de sopetón con una convicción : estamos olvidando lo esencial y hemos convertido la religión en una filosofía , en una construcción intelectual de conceptos dogmáticos muy alejados de la realidad, donde la Verdad la deciden la filosofía, la dogmatica y la filología, no el Amor. Ahora, al hilo de la « Fiducia supplicans», lo que resaltan quienes la repudian, no es el deseable acogimiento a quienes andan perdidos, sino una posición muy crítica ( y a veces irrespetuosa ) donde se trenzan controversias, elucubraciones y abstracciones de elevado academicismo.

Lo cual resulta especialmente irónico en nuestro caso, el de los católicos, porque Aquel a quien seguimos, explicó gran parte de su doctrina con treinta y tres sencillas parábolas , campestres y poéticas. Y con esos cortísimos cuentecillos, expuso su única Verdad y su mensaje: amor y perdón.

Pobre Pueblo de Dios, que lucha en un mundo hostil por conservar su Fe, por ajustar su modo de vida a sus creencias, por actuar conforme a su conciencia y por hacer frente a la cruz de cada día, sin un referente sólido y unitario en quienes, por su ministerio, están obligados a aportar luz y verdad, ejemplo y cercanía, comprensión y humildad.