El perol sideralAlfredo Martín-Górriz

Enredo en el Museo Arqueológico

Desde hace semanas madrugo para leer las noticias de los periódicos digitales. He abandonado mis viejas rutinas. Ni siquiera hago ya mis ejercicios matutinos para el suelo pélvico, algo recomendable a mi edad porque empiezan a prolapsarse cosas con demasiada frecuencia. He dejado las redes sociales, las novelas románticas y mis culebrones preferidos. Ni siquiera atiendo a la actualidad. Toda mi atención está centrada en el nuevo capítulo de Enredo en el Museo Arqueológico, una serie que cabalga a medias entre la realidad, la ficción y la estupefacción. Con María Dolores Baena, la antigua directora, como estrella absoluta, este folletín contiene endemoniadas líneas argumentales merecedoras de un sitio en Netflix o Amazon Prime.

Breve sinopsis. La directora, acusada de acosar a dos trabajadores, se niega a hacer un curso de gestión de personal tras resultar inocente en el proceso, todo esto lleva a un rifirrafe constante con el delegado de Cultura, Eduardo Lucena, que concluye en su traslado. Uno de los trabajadores resultó ser trabajadora, pues se encontraba en plena transición de hombre a mujer, y exigía ser tratado con su nombre femenino. A su vez se le retiraron las funciones, como visitas guiadas ocasionales o atención de taquilla. La trabajadora, antes trabajador, cuenta ahora con el amparo de la fiscalía del Tribunal Constitucional tras un proceso judicial que viene del 2017 y que ha dado muchos vuelcos. Y ayer mismo María Dolores Baena, en un giro imprevisto de los acontecimientos, denunciaba a su vez por acoso al delegado de Cultura. Todo esto sólo en los primeros episodios de la primera temporada. ¿Se puede pedir más?

Decía María Dolores Baena en una entrevista reciente que quizá uno de los puntos que llevó a su traslado fue hacer un museo inclusivo y diverso, cuestión que choca hasta la caricatura en el caso del cambio de funciones de la trabajadora transexual. A su vez no nos cuesta imaginar que, durante el proceso de transición, la trabajadora tuviera un aspecto impropio para atender en la taquilla o en las visitas guiadas. Incluso se presentó voluntaria para atender a visitas de niños. Con total seguridad parecería un hombre disfrazado y su aspecto fuese notablemente llamativo.

Este culebrón es también una fábula con sus moralejas, donde chocan la realidad de los hechos, la superioridad moral y las ficciones woke, creando un sindiós donde todo personaje no puede sino contradecirse en una maraña de incoherencias entre lo que digo y lo que hago. También habla sobre las políticas de género, que están normalizando mediante las llamadas transiciones trastornos psicológicos más profundos, con el intento además de llevarlos hasta la infancia, algo a todas luces aberrante. Añadamos a esto decisiones políticas arbitrarias, funcionarios aferrados al cargo y exposiciones opacas y parciales a los medios de comunicación. En resumen, Enredo en el Museo Arqueológico es un reflejo perfecto de la España actual, un cúmulo de despropósitos generados por la clase política y asumidos por la casta funcionarial en torno a la ingeniería social.

Como espectador espero que esto no quede así. ¿Aparecerán amantes despechados? ¿Habrá cadáveres ocultos? ¿Surgirá de un rincón un enano maléfico? ¿Herencias? ¿Tierras? ¿Obras de arte falsificadas? ¿Fantasmas de romanos? ¿Tesoros tras las piedras? ¿Venganzas enconadas?

Sí, quizá me deje llevar, pero desde Breaking Bad no disfrutaba tanto con una historia como con Enredo en el Museo Arqueológico.

No se la pierdan.