Desde su fundación tras la conquista de la ciudad por parte de Fernando III El Santo, muchas son las peripecias por las que ha pasado la Iglesia de la Magdalena de Córdoba. Como tantos templos de la ciudad ha contado desde el siglo XV con numerosos añadidos posteriores y obras diversas que han ido cambiando su aspecto con respecto al original. Y como tantos templos de la ciudad también ha sido víctima del fuego, recordemos los sonoros casos de San Agustín o La Merced. Un primer incendio en 1872 hizo que dejase de ser parroquia, pasando a depender de San Pedro. Aunque siguió ofreciendo culto hasta 1956, dejó de hacerlo por la situación de abandono y los saqueos. En 1990 se produjo un segundo incendio devastador que condujo a su desacralización al año siguiente debido al estado de ruina. Su reforma concluiría en 1998 devolviendo su esplendor con respeto y gusto, con el objetivo de devolverle sus funciones sagradas, algo que aún no ha sucedido.

Abrimos un pequeño paréntesis. Estos días se podía ver por las redes sociales un suceso insólito en la catedral de Canterbury, llamado Rave in the Nave, una fiesta de dos días con bebidas alcohólicas y música de los noventa en los auriculares. Se vendieron 3.000 entradas. La iglesia anglicana pretendía así recaudar dinero para el mantenimiento del templo y llegar a los jóvenes. El lugar quedaba, por tanto, convertido en una discoteca. Pocas cuestiones pueden reflejar tan bien la decadencia de Occidente y la falta de respeto de sus gobernantes y ciudadanos hacia la cultura y religión propias.

Volvemos a la iglesia de la Magdalena, lugar que lleva años siendo una especie de escenario para conciertos y exposiciones. ¿A qué podemos asistir en breve? Según el programa a dos tributos, uno a Coldplay y otro a Queen. Si bien las actividades que se representan suelen ser más cuidadas, muy lejanas a esa Rave in the Nave, bien es cierto que pertenecen desde hace años a la agenda de ocio más o menos convencional de cualquier ciudad. Recientemente el Obispado y la Fundación Cajasur firmaban un aumento del acuerdo de cesión, que ahora llegará al año 2059 (concluía en 2029). Esto servirá para un mejor mantenimiento arquitectónico del monumento, Bien de Interés Cultural desde 1982, y para enriquecer la oferta cultural de Córdoba con eventos más esmerados y edificantes que la media habitual, pero ¿es ese el carácter que debe tener una iglesia católica fernandina?

En estos tiempos en los que la parte espiritual del ser humano está siendo asediada por numerosas vías, quizá lo que más necesite una ciudad como Córdoba sea recuperar en este caso la sacralización de la Iglesia de la Magdalena, o al menos tener en mente la devolución de su cometido como parte indispensable de su uso, lo que ha de estar en plena sintonía con la buena labor ejercida por la Fundación Cajasur. Todo esto navega a contracorriente en un mundo centrado en la superficialidad que da la espalda a lo sobrenatural y que, en el caso de España, cuenta con una constante propaganda anti-católica que ha calado hasta el tuétano en una amplísima capa de la población. Pocos actos tan revolucionarios hoy día como sacralizar de nuevo la iglesia de la Magdalena. El debate sobre esta posibilidad debería estar encima de la mesa ahora que se pueden evitar todavía esas derivaciones 'canterburyanas'.

Todo esto lo expresa mucho mejor el gran poeta Julio Martínez Mesanza en su poema Felices las Ciudades, para el que este artículo puede servir de modesta introducción. Terminamos con él, capaz de reflejar este asunto con sorprendente lucidez:

Felices las ciudades que conservan

indemnes sus iglesias, y felices

las que, después del siglo, las consagran.

Ninguno dijo en ellas: «Dios no existe,

y si existe, no cuida de nosotros;

mirad, si no, la muerte de los niños,

que le culpa o le niega, y la injusticia

y la tristeza avasallando el mundo».

Felices porque su esperanza vive

y les hizo decir humildemente:

«La culpa del dolor es sólo nuestra»