¿Un congreso a la búlgara?
«Puede que el débito de la Iglesia española con respecto al joven, del que se le ha confiado su educación, esté en la pasión de un Juan Bosco o de una Paula Montal»
Ya se sabe, y de todos es conocido, que lo bueno de «los congresos a la búlgara» es que el éxito está asegurado. Ahora bien, ¿fue «un congreso a la búlgara» el celebrado en Madrid el pasado sábado 24 de febrero sobre la Iglesia española en el mundo de la educación? Razones no faltaban para el éxito puesto que la historia y la trayectoria misma de la Iglesia en el ámbito de la educación bien merecen un «elogio» y no, precisamente, vituperios. Sin embargo, y es lo propio de un evento y efeméride tal, la «puesta en valor» y el sano ejercicio de valorar lo realizado no pueden nublar lo acuciante de los retos.
En asuntos de educación, de los que la Iglesia es necesariamente experta por Madre y Maestra, tal vez sea oportuno traer a la palestra un discurso de Benedicto XVI, allá por el no tan lejano 13 de noviembre de 2010, a los participantes en la asamblea plenaria del Consejo Pontificio para la Cultura en el que da carta de ciudadanía a la que considero como una de las llamadas de atención más apremiantes de su pontificado: «la emergencia educativa».
En estas lides es obvio que para unos – «nativos digitales» – y para otros, con mayor o menor pesar – inmigrantes digitales – la cuestión conduce a repensar qué implica esta «cultura de la comunicación» y sus «nuevos lenguajes» en «un mundo que hace de la comunicación la estrategia vencedora». Se supone que hay un deseo de búsqueda de la verdad; «pero para que el diálogo y la comunicación sean eficaces y fecundos es necesario sintonizarse en una misma frecuencia».
Lo difícil del asunto viene de la noche de los tiempos. ¿Hasta dónde puede llegar la capacidad del lenguaje a la hora de expresar «el sentido profundo y la belleza de la fe»? A todo esto cabría sumar este mundo de las redes sociales que «entablan formas de comunicación que no contribuyen al crecimiento de la humanidad, sino que corren el riesgo de aumentar el sentido de soledad y desorientación».
Benedicto XVI respondía con su llamada a una «emergencia educativa» que no sería posible sin una «inteligencia creativa». Ahora bien, ¿este es uno de los retos de la Iglesia española en el mundo de la educación? ¿Dónde encontrar ejemplos del buen uso de esa «inteligencia creativa»? Es obvio que los hay. Pero no está de más el autoexaminarse para poder constatar que habrá educación, genuinamente cristiana, si se estimula «el sentido crítico y la capacidad de valoración y discernimiento» y no solo los, tan de moda, objetivos de un desarrollo sostenible (vulgo: ODS).
Siguiendo con el lenguaje y los paradigmas de moda: ¿De qué herramientas dispone la Iglesia para semejante tarea? Lo curioso – o mejor dicho, curioso en estos tiempos que corren - es la respuesta que dio y que creo que seguiría dando Benedicto XVI: La Liturgia, «como elemento comunicativo» que toca «profundamente la conciencia humana, el corazón y el intelecto», y el arte, «cuya belleza tiene su fuerza comunicativa particular» (esto está dicho por Benedicto XVI cuando no hacía una semana que había consagrado la basílica de la Sagrada Familia de Barcelona). Pero aun así señala Benedicto XVI una belleza más incisiva que el arte y la comunicación del mensaje evangélico: «La belleza de la vida cristiana». Esa misma belleza que demanda ya sea el adolescente o el joven, aun sin saberlo, al carisma que sustenta la institución que en nombre de la Iglesia le está educando.
Puede que el débito de la Iglesia española con respecto al joven, del que se le ha confiado su educación, esté en la pasión de un Juan Bosco o de una Paula Montal que le recuerden que «sólo el amor es digno de fe y resulta creíble». Lo que el ámbito de la educación de la Iglesia española necesita es volver a lo más genuino del carisma de los fundadores – es dramático y tremendamente significativo que no se susciten vocaciones de consagración a estos carismas – con «hombres y mujeres que hablen con su vida, que sepan comunicar el Evangelio, con claridad y valentía, con la transparencia de las acciones, con la pasión gozosa de la caridad».