Los niños saltando ufanos en el castillo inflable. Los coches de tope chocando con maniobras endiabladas dignas de Patán y Pierre Nodoyuna. Las luces del Scalextric Mohedano que no es Mohedano con sus variadísimos vehículos, unos convencionales, de fantasía otros. Estruendo, pitos, flautas, un surtido de ruidos que acarician la trompa de Eustaquio, miman el yunque, se diría que besan al martillo. Destellos constantes, colores que van más allá del sistema Pantone y que serían la envidia del mismísimo Lawrence Herbert. El conjunto inspiraría de seguro una nueva saeta de Pedro Gámez Laserna, que da nombre a los jardines en los que se encuentra esta pequeña feria. Estamos en Ronda del Marrubial esquina con Puerta de Plasencia.

No es una feria cualquiera. Es una feria de culto. Y de cultura. Detrás de ella se atisba apenas la Biblioteca Central. La Voz de Córdoba publica en exclusiva la tormenta de ideas que dio lugar en el Ayuntamiento a este concepto novedoso, ¿acaso revolucionario? El tiempo dirá.

RAFAÉ: La gente lee poco, no acude a las exposiciones, no ven películas en la Filmoteca… están absortos en el dañino ocio, debemos llevar la cultura al pueblo, como en las misiones republicanas. Había pensado en algo popular, no sé, poner una verbena delante de algún espacio cultural.

GRABIÉ: ¡Sapristi! ¡Magnifica idea! ¿Delante del C3A?

RAFAÉ: Mmmmmmm, no. Demasiados solares aún. La música de los cacharritos se difuminaría en el éter.

GABRIÉ: Vive Dios. No había contado con el éter. ¿La ponemos en la Plaza del Potro?

RAFAÉ: Ay, los museos de Bellas Artes y Julio Romero de Torres están en un patio interior. Y los muros gordos de los antiguos edificios absorberían sin duda el jolgorio.

GABRIÉ: ¡Cáscaras! ¡Está usted en todo! ¿En el Patio de los Naranjos?

RAFAÉ: Sería el sitio ideal, pero Icomos es un poco tiquismiquis, y no tengo claro de quién sería a la postre la titularidad de los cacharros.

GABRIÉ: ¿La Biblioteca Central?

RAFAÉ: ¿La Biblioteca Central? Pues…

Y así, por segundo año consecutivo desde que los niños empiezan el colegio en septiembre hasta que lo terminan en junio, se puede contemplar esta fusión entre alta cultura y cultura popular. En el otro extremo de la ciudad, la anodina Biblioteca Grupo Cántico se ahoga entre el diseño y el aburrimiento del silencio. Pero la Biblioteca Central es otra cosa. Es vida. Es alma. Es el conocimiento unido al espíritu de Hamburguesas Uranga. ¿Qué importa que el estrépito y el bullicio impidan la lectura y el estudio? La lectura y el estudio, tomados por sí solos, sin conexión con el paisaje y el paisanaje, ¿qué son?: Muerte. Eso es lo que son.

Aquí se aguarda al Perrito Piloto de Cervantes, la Chochona de Unamuno, el Látigo Macareno de Quevedo, el Ratón Vacilón de Lorca, la Cazuela Loca de Juan Ramón Jiménez, el Kanguro de Lope de Vega, el Látigo Macareno de Góngora. Aquí se añora poder tomar un vinillo añejo dulce de Cariñena en el puesto de caracoles de en frente en el Alpargate. Con su barquillo. Con su muñeco baturro.

Esto es una biblioteca en condiciones. Con su pedazo de feria delante. ¿A qué espera el Instituto Municipal de Turismo para ponerla en los folletos? ¿Por qué esta iniciativa no se ha presentado aún en Fitur? ¿Ha habido contactos con el Ministerio de Cultura? Lo de siempre. No sabemos promocionarnos. No valoramos lo que tenemos.

La Ferioteca Central. Una genialidad del arte contemporáneo.

Podríamos ser la envidia de España.