El pellizquito de Urtasun
Este ministro, que conoce a la perfección los comportamientos de la clase alta, a la que pertenece de cuna, ha tirado de lo que mejor sabe y conoce, que son los argumentos elitistas
El ministro de Cultura, Ernest Urtasun, acaba de poner las cartas sobre la mesa. Tras unos meses de titubeos y de amagos, ahora sí ha dado un paso al frente para satisfacer uno de los sueños húmedos de su menguante formación política. Conociendo su trayectoria y las filas en las que milita, parecía raro que la única patita que había enseñado hasta el momento era la de la supuesta descolonización de los museos, algo que se diluye conforme pasa el tiempo y que retrata al ministro como uno de los pocos, cada vez menos, que se han tragado sin rechistar lo de la leyenda negra.
Por eso parecía raro este dilatado periodo de inactividad. Han sido meses en los que comparecía en público más como portavoz de Sumar que como ministro de una cartera tan importante como la de Cultura. Parecía que quería emular en la gestión a su conmilitón Alberto Garzón, de quien cuentan que al dejar el cargo se encontraron en su mesa la agenda con el precinto aún. Pero no, Urtasun ha dado un paso al frente para satisfacer a quienes salivan abundantemente con la fiesta nacional y por eso ha decidido darle a la tauromaquia un pellizquito para marcar el terreno progre.
El ministro ha optado por suprimir el Premio Nacional de Tauromaquia, como sin con eso fuese a poner en peligro la fiesta por excelencia. Nada más alejado de la realidad, porque en unos días comenzará la Feria de San Isidro, vendrá después el visto y no visto de la de Córdoba, el Corpus de Granada y así todas las celebraciones festivas y patronales que hasta bien entrado el otoño se desparraman por la geografía nacional con sus imprescindibles festejos taurinos.
Estoy convencido de que en estos días ha abominado Urtasun de la descentralización del Estado en favor de las autonomías. Habrá preguntado a sus asesores que por dónde podía hacer más daño a la fiesta de los toros y la respuesta es todo un baño con el agua helada de la realidad. «Señor ministro, después de todas las competencias que se han regalado a las regiones y con el blindaje que muchas de ellas han hecho de la tauromaquia lo más gordo que puede hacer es quitar el Premio Nacional». «Pero si eso no sirve para nada y los festejos se van a seguir celebrando», bramó el ministro dentro de lo que le permite bramar su refinada educación de clase alta barcelonesa. «Pues sí, tiene razón, señor ministro, y encima se van a reír de nosotros».
Es lógico que la gente del mundo del toro esté más cabreada que una mona con lo del Premio Nacional, pero esto no les va a impedir vestirse de luces o sentarse en un tendido cuando les apetezca dentro de su libertad. La tauromaquia va a seguir adelante y muchos de izquierda y de extrema izquierda van a seguir flameando sus pañuelos cada vez que consideren que una faena es merecedora de trofeo. Lo dicho: que ha pinchado en hueso.
En absoluto extraña la reacción de Emiliano García-Page, cuando Castilla-La Mancha tiene al año más festejos taurinos que Andalucía y su canal de televisión los retransmite sin complejo alguno. Carmen Calvo, tan taurina ella, estará a punto de saltar de un momento a otros, porque si acaba aplaudiendo la decisión de Urtasun será la gota que colme el vaso de sus contradicciones.
Este ministro, que conoce a la perfección los comportamientos de la clase alta, a la que pertenece de cuna, ha tirado de lo que mejor sabe y conoce, que son los argumentos elitistas: protege a las minorías exquisitas a la vez que carga contra lo que no le gusta. Olvida que es ministro de todos los españoles y no sólo de unos cuantos, y si pone sobre la mesa el dato de los escasos espectadores -con el truco de las cifras de los años de la pandemia- para atacar a los toros que le eche valor y aborde con el mismo rasero otras manifestaciones culturales a las que no va ni pirri y que no voy a nombrar porque usted sabe perfectamente cuáles son.