Pretenden ahora que nos alimentemos a base de insectos. El mundo está loco, loco, loco. ¿Es por rigor anticarnista, alarma climática, barrunto pandémico, menú globalista, aerofagia bovina, poda demográfica? Estará ya presupuestado, instruido y maquillado el comando de presentadores televisivos, actrices de teleserie, poetisas, catedráticos sabiondos, columnistas ufanos, etcétera. ¿No dijo Pedro Almodóvar que, al leer la carta de Sánchez, «lloró como un niño»? El cometido de esa claque es que los borregos se autoperciban eufóricos, igual que aceptan castrar a sus hijos para vestirlos de niñas, votar sin náuseas al enamorado o salivar exigiendo censura informativa.

Sucede, por ejemplo, que hoy nos molan los aztecas y, bajo la batuta del apuesto Urtasun, que gasta la sutileza intelectual de la flauta de Bartolo, queremos descolonizar España. ¡Qué políticamente incorrectos fueron Hernán Cortés y sus hombres! Siendo lo que se dice cuatro gatos lograron derrocar al bestial régimen antropófago de los mexicas, quienes escabechaban a más de 72.000 personas cada año, entre ellos 20.000 niños, para después zampárselos. A nuestros progresistas --tan islamófilos, antiespecistas, amigos del aborto y la hormonación infantil, en su papel de acólitos de la ideología oficial-- les da repelús la conquista española. ¿Ignoran que sembró la América católica de universidades, catedrales, hospitales y nobles ciudades, amén de poner fin a aquellas comilonas genocidas? Lo suyo es en verdad la novelería, que llaman «memoria histórica». Nunca los hechos reales. Y si el ministro de Cultura cree que un lustro son cincuenta años, es obvio que vive en la inopia. Misión imposible será contar con que haya hojeado, menos aún entendido, las Cartas de Relación que el insigne liberador de México y excelente escritor dirige al emperador Carlos I.

No hay como la superioridad moral de la izquierda para defender el bien y combatir la barbarie. ¿O es al revés, siguiendo el léxico antípodo de Orwell? Lo recuerdan: guerra es paz, libertad es esclavitud, ignorancia es fuerza. Más o menos, el concepto de bulo del conducator. No sé por qué en esta España de Frankenstein hay «solo» una Dirección General de Derechos de los Animales, cuando podría haber un ministerio entero, con presupuesto y bedeles. ¿No tienen en la Venezuela de Maduro y Delcy, la que dice «mi príncipe» a Rodríguez Zapatero, un Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo? Así se denomina. Y no lo ideó Begoña, desde su cátedra.

La adoración a los animales y la pasión por rescatar a los humanos de sí mismos, dándoles matarile, suelen aunarse en la mente totalitaria. ¿No han encomendado dirigir la OMS a Tedros, experto en varias modalidades de liquidación? Hasta la turbia Wikipedia lo recoge. Si comunistas y socialistas patrios, con el Himalaya de asesinados que llevan a sus espaldas, quieren prohibir la tauromaquia, ¿es por cariño a los astados? ¿O es por odio a España? Su ternura animalista inclusive supera el fervor de Adolf Hitler por su perra Blondi, que era conmovedor. Y, puestos a cavilar en torno al exterminio de extensas poblaciones de una misma especie, pongamos el grillo, ¿es que nadie va a defender los derechos de estos seres tan chicos y vulnerables?

Si repasamos el Antiguo Testamento, cuyos primeros cinco libros conforman la Torá judaica, asistimos con frecuencia a sacrificios de animales, con la finalidad de propiciar el perdón de los pecados y honrar al Señor. Esto lo habían practicado antes otras culturas que marcan nuestra civilización, de los fenicios a los egipcios, pasando por los antiguos griegos o la suovetaurilia romana. La ritualidad religiosa solía traer aparejado el ulterior disfrute compartido de la carne así obtenida, aunque otras veces era quemada por completo, lo que se conocía como holocausto. La violencia era mínima y el modo de dar muerte el menos doloroso. Los sacrificios de seres humanos estaban desde los primeros tiempos tajantemente prohibidos, según reiteran la Biblia y el Tanaj en múltiples pasajes. Los que sí sacrificaban niños al dios Moloch eran los cananeos, antepasados de los palestinos. Los judíos dejan de inmolar animales tras la destrucción del Segundo Templo por Tito en el 70 d.C., en tanto que los cristianos, cuya fe se funda en la incomparable redención derivada de la Cruz, no necesitan expiaciones de esta clase. Erigido así como síntesis suprema de Israel, Grecia y Roma, el cristianismo culmina una vía ascendente incardinada en la vida, el amor, la inteligencia, la belleza y la resurrección.

El activista woke de hogaño viene a compartir emotividades, fobias y tics con el Führer. Recordemos aquellas rectoras norteamericanas declarando en el Senado. Le trae al fresco que su enemigo judío sea ateo, agnóstico o cristiano, que no se desenvuelva en hebreo o yidis. Que tenga pasaporte israelí o la familia se tirara en Amsterdam quinientos años. Le es indiferente la genealogía de Santa Teresa o San Juan de la Cruz, quienes de haberles tocado el Tercer Reich habrían ido de cabeza a Auschwitz como Santa Edith Stein, carmelita descalza. Ya podía un «sospechoso» lucir lejanía profiláctica del Talmud, para salvar vida y pellejo, que no faltaban ojos censores. También esto tiene que ver con animales, con comida y animaladas humanas. Citemos proezas culinarias como el lomo de cerdo en leche, una triple profanación de la kashrut: por cómo se ha sacrificado al animal, por el propio animal y por mezclar sangre y leche. Esto, que podía librarte de Torquemada, garbanzo negro dentro de la Inquisición más benigna y garantista de Europa, no impresionaba, en cambio, a la Gestapo.