El perol sideralAlfredo Martín-Górriz

La naturaleza y las madres tardías

Finalmente, todo ese infantilismo narcisista se topa con la pura naturaleza, y la realidad se impone

El pasado lunes se presentaba un estudio del Instituto Maimónides de Investigación Biomédica de Córdoba (Imibic), en concreto una investigación que buscaba marcadores biológicos en la leche materna para prevenir el cáncer de mama posparto, o bien determinar con mayor precisión las poblaciones de riesgo. Este tipo de cáncer es el más frecuente en mujeres de menos de 45 años. Todo parece indicar que está directamente relacionado con la edad a la que se tiene el primer hijo. En mujeres jóvenes, el embarazo, la gestación y la lactancia protegen a la madre del cáncer. Pero en las maduras, en torno a los 35, lo que antes preservaba de la enfermedad pasa a favorecerla. También por el concurso de los tratamientos de fertilidad y reproducción asistida, la obesidad (menos habitual en la veintena) o el destete brusco. Y así, la maternidad novel tardía puede traer consigo consecuencias especialmente dañinas: la naturaleza invierte sus propósitos.

Preguntado el responsable de tan loable y útil investigación sobre recomendaciones al respecto, no se atrevió a aconsejar la maternidad joven. Lo dudó un momento y terminó diciendo que quizá podría apoyar esa medida pero que seguramente su hija no estaría de acuerdo. Con esa salida urgente de una cuestión que le resultaba incómoda, el científico ponía su estudio al servicio de las ideas sistémicas, apartándolo de la búsqueda de la verdad pues, al final, estas investigaciones suelen derivar en la elaboración de medicaciones que palien los comportamientos nocivos asumidos, en lugar de mostrar evidencias para descartarlos. O, dicho de otro modo, si la naturaleza premia a la madre joven y castiga a la mayor, la ciencia intentará que ese castigo sea más llevadero, en lugar de contribuir al abandono de las prácticas perniciosas. Sobrellevar la enfermedad se pone por encima de caminar hacia la salud y la vida si lo último contradice al progresismo occidental.

Mientras España camina hacia una debacle demográfica, prácticamente irresoluble, las pocas madres autóctonas que irán quedando tendrá un único hijo cada vez más cerca de los 40 o pasada esa edad, renunciando a la familia numerosa y poniéndose en el punto de mira del cáncer de mama. Aunque el panorama es desolador y de una decadencia absoluta, la instituciones, mundo educativo y la mayoría de los medios mirarán para otro lado o incluso promocionarán que no se tengan hijos en absoluto, en favor de los hijes caninos o felinos.

Decimos adiós a la ley natural, la religión, el conocimiento y la familia en favor del ocio conspicuo (noche, alcohol, droga, sexo promiscuo, viajes intrascendentales), la degradación social y cultural o las autoagresiones de todo tipo (a uno mismo o a la patria). Finalmente, todo ese infantilismo narcisista se topa con la pura naturaleza, y la realidad se impone. Casi siempre es demasiado tarde y, además, las personas no están dispuestas a admitir sus errores, pues el ego moderno no puede permitírselo.

Cada año en Córdoba hay entre 80 y 100 mujeres con cáncer de mama posparto. ¿A qué cifra hay que llegar para que se produzca una reflexión sincera y valiente?