Incorrección política
En estos días he podido releer un artículo publicado por Joseph Ratzinger, allá por el año 1995, en la Revista Internacional de Teología Communio y titulado La verdad, la tolerancia, la libertad. Ahí es nada el adentrarse en una cuestión como «la relación debida entre la responsabilidad y la libertad» más allá de un consabido «cálculo de los efectos» y afirmando la existencia de «la verdad común del único ser del hombre, una verdad que reside en todo hombre: esa verdad que por la tradición fue designada como ‘naturaleza’ del hombre». La reflexión del teólogo sobre la democracia es, a mi juicio, especialmente incorrecta – políticamente hablando - en estos tiempos que corren. Claro que la incorrección política, si bien no siempre, suele ser señal de verdad, clarividencia y valentía como la que demuestra el potente texto de Ratzinger.
La incorrección política parte de una rara, para estos tiempos que corren, idea de libertad. Y es que para que la libertad sea entendida rectamente siempre ha de concebirse junto con la responsabilidad. Precisamente un autor como Hans Jonas, citado por Ratzinger, en su momento declaraba que «el concepto de responsabilidad es el concepto ético central» (Das Prinzip Verantwortung, Frankfurt 1979). Para Ratzinger está claro que «el incremento de la libertad tiene que ser incremento de la responsabilidad y esto supone la aceptación de vinculaciones que están por encima de nosotros mismos, que vienen exigidas por lo que exige la convivencia de la humanidad, por la necesidad de ajustarse a lo que es esencial para el hombre».
Pero hete aquí que, formulado el principio, surge con fuerza un interrogante: «¿Quién decide lo que exige nuestra responsabilidad?». A lo que ha de sumarse una clara dificultad: «Cuando no se es capaz de acercarse a la verdad, a través de la asimilación inteligente de las grandes tradiciones de la fe, la verdad queda sustituida por el consenso». Por lo que de nuevo surge otro incómodo e incorrecto, seguramente, interrogante: «¿El consenso de quién?».
Desde este preciso instante los niveles de incorrección política se disparan sobremanera. Son varios los indicadores pero destaca uno sobremanera: Si el consenso es el de aquellos que «son capaces de argumentar con razón» – puede que no estemos sino bajo la bota de una «arrogancia elitista» de una «dictadura intelectual» - se sobreentiende, con cierta dosis borreguil, que «los capaces de argumentar tendrían que representar como ‘abogados’ a quienes no sean capaces de efectuar un discurso racional». Ratzinger es claro al respecto: -«Sin embargo, esto suscita poca confianza». Y añade: «Está a la vista de todos lo frágiles que son los consensos, y cómo los grupos partidistas, en un determinado clima intelectual, pueden imponerse como los únicos representantes justificados del progreso y de la responsabilidad».
Con no poca valentía afirmaba en esta misma obra: «El sentimiento de que la democracia no es todavía la forma correcta de libertad es bastante general y se va difundiendo cada vez más». Como una verdadera voz de la conciencia para Occidente se preguntaba: «¿Hasta qué punto son libres las elecciones?, ¿hasta qué punto la voluntad está manipulada por la propaganda, es decir, por el capital, por unos cuantos que se hacen con los medios de comunicación? ¿No existe la nueva oligarquía de quienes determinan lo que es moderno y progresista, lo que una persona debe pensar? […] ¿Qué pasa con la formación de la voluntad en lo grupos de representación democrática? ¿Quién va a seguir creyendo que el bien de todos constituye el factor que propiamente la determina? […] ¿Acaso las asociaciones de intereses de toda índole no son a ojos vista más fuertes que la verdadera representación política, el parlamento?». No sería de un pesimismo desmesurado el considerar que «en esta confusión de poderes emerge de manera cada vez más amenazadora el problema de la ingobernabilidad». Seamos realistas: «La voluntad de imponerse los unos a los otros bloquea la libertad de conjunto». Seamos también incorrectos políticamente: «Donde se niega a Dios, no se edifica la libertad, sino que se la priva de su fundamento y así se la distorsiona. […] Si no hay verdad acerca del hombre, el hombre no tiene tampoco libertad. Sólo la verdad hace libres».