La semilla del fango
«¿Su mujer lo ha hecho todo bien?» pregunta Garcia Ferreras en la Sexta. «Por supuesto. Aquí no hay caso. Hay fango» contesta Sánchez sin inmutarse. Para aclarar la cuestión, si hubiera estado presente el clásico habría, con total seguridad, interferido, dirigiéndose al presidente: «¿Y me preguntas que es el fango?. El fango eres tú».
Llenar o cubrir a alguien de fango es degradarlo, vilipendiarlo, o sea despreciarlo, denostarlo e infamarlo. Es decir, lo que Pedro Sánchez viene haciendo desde que su ambición lo llevó, primero a acabar con cualquier disidencia interna en su partido, rompiendo el principio de democracia interna exigible a las formaciones democráticas, y después a descalificar sin ton ni son, con soflamas simplistas para mentes calenturientas, a la oposición democrática, rompiendo las buenas relaciones que, por razones de Estado, son norma esencial de comportamiento en las democracias liberales.
Un presidente que desprecia a las instituciones, cuando no las ocupa, que recurre al decreto ley para evitar informes de los órganos consultivos y dificultar el posicionamiento de los representantes de la soberanía simplificando trámites y enmiendas. Un presidente que rompe con la práctica parlamentaria de compartir cuestiones de Estado con el líder de la oposición. Un presidente que cambia la política exterior en un tema tan sensible como el Sahara y las relaciones con Marruecos sin informar del por qué y el cómo al Congreso de los Diputados. Un presidente que utiliza la tribuna parlamentaria para verter acusaciones graves y sin fundamento contra significados familiares de adversarios políticos que no pueden defenderse. Un presidente, en fin, que ha engañado a todos haciendo lo contrario a lo que prometió en campaña electoral, que ha suscrito pactos con quienes juro que jamas lo haría y que hoy pretende hacerse pasar por un virtuoso de la decencia, víctima del fango en que se ha convertido la política que él mismo ha promovido, no es de extrañar que anticipe, con la desenvoltura propia de todos los autócratas, que su esposa, Begoña Gomez, será exonerada porque él confía en la Justicia. Y si la Justicia, que es la competente, estimara lo contrario, ¿tambien seguiría confiando?, porque ya expresó que jueces y periodistas son los grupos a regenerar, es decir, en su jerga, a ocupar.
Las irregularidades en que haya podido incurrir las esposa de Sánchez tendrán el alcance y las secuelas legales que correspondan, pero sí evidencian, como mínimo, una falta de principios éticos y democráticos fuera de toda duda. Y por supuesto que, de haber cumplido con las recomendaciones hechas por el Consejo de Europa a través del Grupo de Estados contra la Corrupción, incorporando todos los datos económicos y financieros de los familiares de altos cargos, ni su esposa, ni su hermano ni él mismo estarían ahora en entredicho o al menos sabríamos el nivel de sus posibles infracciones. Solo quien se siente al margen de reglas y obligaciones actúa con el atrevimiento al que nos tiene acostumbrados el presidente Sánchez.
Veremos a ver cómo terminan sus andanzas con el prófugo que le obligó a sentarse en territorio neutral y a aprobar una amnistía dictada por el fugado, que se necesitan tragaderas para embarrarse en el fango de la indignidad al que le ha llevado su ambición sin límites. Por lo pronto presume de haber ganado en Cataluña, gracias a sus concesiones en pro de la convivencia, aprovechando la borrachera de su pretendido éxito electoral, que se atribuye en exclusiva, para arremeter contra quienes, dignamente, se rebelan contra la impunidad consagrada y el tratamiento desigual entre españoles.
Sembrar la semilla del fango es pretender humillar a los leales, mientras se estiran los límites constitucionales para conseguir la investidura: indultos, reforma de la sedición, rebaja de la malversación, amnistía, competencias en inmigración, condonación de deuda, descuento fiscal, traspaso de cercanías, … y un largo etcétera de ventajas concedidas o en curso, son algunas contraprestaciones que el sanchismo, a cargo del conjunto de la nación, presume como base de esa convivencia que le ha llevado, dice, a ganar las elecciones catalanas. Pues cuando se siembra el fango de la desigualdad y del privilegio, la última palabra la tiene la inmensa mayoría ridiculizada. Y Sánchez debe saber que, al tiempo que nos alegramos de lo ocurrido en Cataluña, no olvidamos el alto precio que hemos de pagar por ello. Hoy, es verdad, han hablado los que cobran. Pronto tendremos que hablar los que pagamos. A ver, entonces, si al trilero le siguen cuadrando las cuentas.