Esta mañana desperté pronto y me quedé en casa reflexionando. No olviden que en solo dos días he tenido la oportunidad de conseguir la paz interior que necesitaba. A todos nos llega el momento. Como bien dejaba caer en mi artículo ‘El Camino’ de la semana anterior, al final estuve haciendo el retiro basado en el pasaje del Evangelio de San Lucas (24, 13-35) que versa sobre los discípulos de Emaús y como éstos caminaban tristes tras la muerte de Jesús. Por el camino se les suma un hombre, al que le cuentan sus sufrimientos. Y es al partir el pan en la cena cuando pudieron reconocer que era Él.

Quise haceros entender que Jesús ha caminado siempre a nuestro lado, que no nos ha dejado nunca solos y que por muy tristes o duros que hayan sido los acontecimientos que hayamos tenido, él siempre ha estado ahí y somos nosotros los que no hemos sido capaces de reconocerle.

¿Y qué ha pasado? Por un lado he podido experimentar cómo Dios llena un vacío y por otro como es el boca a boca, es decir, es la propia experiencia personal la que está haciendo que cada vez más gente acuda a esta convivencia de fin de semana.

Así que llevados por esa experiencia vivida, he decidido salir de casa pasado el mediodía y coger nuevamente la acera, quedando en el recuerdo el sendero que me ha dado la oportunidad de estar más cerca conmigo mismo y con los demás.

No fue fácil escoger la ruta. Quería estar seguro de elegir la adecuada del momento. Y salí de casa y comencé a andar. Era una mañana en la que el escaso rocío refrescaba el ambiente, a pesar de estar ya en primavera. Corría un leve viento que refrescaba la mañana aunque se esperaba que a mitad del día un calor moderado estuviera presente

Al dirigirme por la ancha acera hacia el paso de cebra, en la que en medio de la misma se dibuja longitudinalmente un deteriorado carril para bicicletas falto de señalización básica desde el principio de los tiempos, y donde podemos apreciar la fuerza de las raíces de los árboles de sombra, escuché un ronco timbre que sonaba insistentemente. No me dio tiempo a reaccionar. Una bicicleta conducida por un peludo hombre casi me arrolla. Venia en sentido contrario a las difuminadas flechas del carril de una sola dirección. Lo miré y aún con la cara de susto le dije que iba por dirección contraria y que tenía que respetar los pasos de cebra de esos carriles que daban prioridad a los peatones. Alzando su mano derecha, con los dedos recogidos en forma de puño, extendió con toda energía el dedo medio a la vez que me gritaba «Los pasos de cebra de los carriles no están pintados, que te den». Rápidamente me acordé de Bernardo, responsable de movilidad del excelente equipo de gobierno del ayuntamiento de la capital al que en diversas ocasiones ya había advertido del riesgo grave que esta ausencia provocaba en la avenida de Barcelona. En dos años no hubo respuesta alguna. Creo que no está de vacaciones porque lo he visto en dos ocasiones en las recepciones de feria.

Sobrepuesto del susto de la mañana, vi que la mayoría de las personas se dirigían en un sentido, engalanadas con trajes de volantes coloridos, acompañadas ellas con clavel en la cabeza. Algunos hombres, con sombrero cordobés, formaban parte de los grupos. Un bombo, castañuelas y caña, indicaban que se estaba celebrando una fiesta. Al fondo de las calles se escuchaba gente, bullicio y alegría. Entonces me di cuenta que El Arenal explosionaba de cantos, música, bailes y risas. Estábamos en plena feria del Mayo cordobés.

Y llegue a la arena del recinto, atravesé la majestuosa portada y me adentré en esas calles llenas de vida, de colores, sonrisas, alegría y cantos. Había llegado a la feria sano y salvo. Farolillos, banderines, macetones y guirnaldas adornaban las calles del ferial a la vez que grupos rocieros y coros interpretaban canciones populares andaluzas. Junto al bullicio de sus calles, numerosos coches de caballos recorrían ordenadamente sus rutas desprendiendo sonidos de cascabeles y herraduras, que dejaban a su paso los caballos. Nuevamente me encuentro a mi amigo Antonio y me invita a acompañarle a algunas casetas. Íbamos de protocolo. Estábamos invitados a recepciones.

Una de las que visitamos fue la de una televisión local privada donde nada mas entrar saludamos a los trabajadores y directivos de ese medio y a algunas autoridades que ya se encontraban allí, aunque aún faltaban bastantes. Ramón, sobresaliente empresario y amigo de hace muchos años que conocí en sus inicios de hostelería cuando servía la comida en un colegio público de la barriada de la Fuensanta, nos invita a una mesa a la vez que nos ofrece un catavinos con ese manjar hecho lentamente, pacientemente y que da nombre a una comarca del centro-sur de la provincia.

Y nos pusimos a dialogar. Mi sorpresa fue cuando una mujer engalanada con traje de flamenca se acerca hacia mi ofreciendo sus brazos extendidos. Era Isabel, la alcaldesa anterior al actual regente de la ciudad José María. Nos fundimos en un abrazo. A pesar de pertenecer a partidos políticos distintos, conservábamos la amistad basada en el respeto y diálogo. Era otra forma de hacer política. Y me acordé de Rosa, Andrés, Juan Andrés, María José, Pepe, Carmen, Mari Ángeles, de Emilio y otros muchos concejales que siendo de diferentes ideas, anteponíamos el entendimiento y el bienestar de los ciudadanos a los intereses partidistas y personales. Eran otros tiempos, otra forma de ejercer la política.

También saludamos, pero fugazmente, a un antiguo diputado, hoy portavoz de la izquierda en la oposición de la corporación, que todo el mundo lo asociaba a una bicicleta como medio de transporte, adornado de una pajarita. Se trataba de Antonio, que vestía traje de flamenco con un gran sombrero. Esta vez la pajarita voló ya que no era apropiada para tal vestimenta. En ese momento me pregunté ¿Habrá cambiado su estrategia de utilizar masivamente las redes sociales, para denunciar estados de la ciudad, ?...¿Por qué no se acerca a los responsables municipales, ofrece sus propuestas cara a cara, en una mesa, y trata de buscar consensos por el bien de la ciudad?...¿Por qué su continua puesta en escena de formas ridículas que parecen mofa al contrario?. Por cierto, lo último; en su página de redes ha colgado y hecho propio una composición que me hace pensar. Se trata de una pajarita naranja con símbolos de la formación política en la que se deja leer el siguiente mensaje «Sacaré a Córdoba de su letargo. Echaré de la poltrona a quienes se creen que el Ayuntamiento es suyo». Parece que eso de «echaré» suena algo raro para los tiempos que vivimos. Es el pueblo, ese que forma parte incluso de sus siglas, el que quita o pone, cambia o nombra con el resultado democrático de las urnas a los alcaldes y hace que unos partidos sean ganadores y otros perdedores. Nadie echa a nadie.

También me pasé por la caseta de la prensa y estuve un rato con los periodistas, ahora compañeros por mis colaboraciones con La Voz de Córdoba. Esos profesionales, y medios que han vivido y ejercido durante muchos años la libertad de escribir libremente en el papel, informado través de las ondas o utilizando una cámara de tv. Cada vez más vuela en el ambiente y llega a los oídos esa frase de «controlar y fiscalizar lo que se dice» en algunos medios. Esperemos que solo sea un bulo, porque si no, por mal camino vamos.

En la recepción de los populares me sentí como en mi propia casa. Al entrar me acordé de hace años, mas de veinte, cuando por primera vez en la historia de la democracia de Córdoba, el centro-derecha (PP), con la abstención del centro izquierda de entonces (PSOE), hicieron posible que el alcalde de la ciudad fuera Rafael y no un representante de la izquierda (PC-IU). ¡Que tiempos! Y me vinieron a la cabeza los componentes de aquel acuerdo histórico. Ricardo, Antonia Luisa, Julio, María José, María Jesús, Luis, Amelia, Antonio, otro Antonio,… Precisamente ya andaban por allí los actuales regidores de la ciudad aprendiendo para luego tomar el relevo. José Antonio, Salvador, José María, Miguel Ángel, Verónica, Carmen, Carlos. Hoy demuestran su capacidad de gestión en la ciudad y provincia que además es apoyada y reconocida por los ciudadanos en las urnas.

En mi paseo por el Arenal he notado mucho ambiente, muchas ganas de vivir y compartir momentos inolvidable. También he notado la presencia de algún indigente que aprovecha la mañana para echar un sueño en los poquitos bancos que existen, bajo una suave sombra de un árbol, en el frescor del jardín recién humedecido por el riego, acompañado siempre de su carrito en el que guarda agua, un poco de pan y un montón de recuerdos y vivencias, aventuras y desventuras, lágrimas, tristezas y alegrías. Es todo lo que le queda.

Después de compartir unas horas con un grupo especial de amigos, que llamamos «Encuentros», y donde tenemos presente la letra de la canción de Arrebato,…«Me quedo con quien me cuida, me quedo con quien me valora, con quien me hace reír y ríe conmigo, da igual la hora….», me dispuse a volver a casa, eso si, sacudiéndome el polvo del ferial y del camino. Un reto a tener en cuenta para que el firme terrizo de las calles de el Arenal esté un poco mejor cuidado.