El oscuro placer de multar
El pasado sábado, a eso de las ocho de la tarde, salía yo de la Feria en la mejor de las compañías y con una copita de menos. Es sabido que esa difusa frontera entre «una copita de menos» y «una copita de más» diferencia a un señor de un baboso, a un sensato de un arrastrapanzas y a un consciente de un enajenado.
Me iba cruzando a parejas de la Policía ( tanto Local como Nacional ) y un sentimiento de gratitud me solazaba los adentros: gracias a su trabajo los ciudadanos podíamos disfrutar en tranquilidad de nuestras fiestas. Y me acordé del verso de Pablo Neruda «Gracias a la palabra que agradece» . Y continué reconfortado, con mi copita de menos, en la mejor compañía, hecho un señor, sensato y consciente
Ya fuera del recinto, columbré en lejanía a una pareja de Locales y a una grúa del Ayuntamiento. Había aparcadas varias baterías de motos en perfecto orden y sin obstaculizar el tráfico ( ni el pedestre ni el rodado ).Pero ellos, los Locales, digo, andaban instrumento en mano poniendo multas como si no hubiera un mañana. Los de la grúa, por su parte, estaban a lo suyo: incautándose de las motocicletas. Parece que estas batidas han sido comunes en lugares de aglomeraciones: por ejemplo cerca de la Plaza de Toros los días de festejo
Pensé en los dueños de las motos: en una feria a la que es difícil acudir y de la que es más incómodo volver, habían optado por ir en moto. La habían aparcado cuidadosamente con la irrefutable intención de no molestar a nadie. Se habrían refrenado en la bebida, para luego poder conducir con seguridad. Y después de un día de fiesta, al ir a recoger su vehículo, ¡ sorpresa !: o no estaba o tenían una multa. O las dos cosas.
Una Administración justa nunca debe olvidar los principios que rigen nuestro Derecho : que debe servir intereses generales, que debe ser flexible en la aplicación de la norma, y que debe tener siempre en cuenta la realidad social : si por la acumulación de personas, el entorno de la feria no ofrece fáciles posibilidades de aparcamiento, no es justo exigir lo imposible al ciudadano y, mucho menos, sancionar por un comportamiento levemente irregular y que la conciencia social admite. La Administración está para servir, para servir con humanidad, tolerancia, transigencia…No para llenar las arcas públicas y luego gastar a manos llenas….
Con el disgusto que me produjo lo que mi espíritu ciudadano me decía que era un abuso, seguí caminando. Cerca de la grúa, sentado en un banco, un joven con cara de filósofo, hablaba entre dientes :
- Hay veces que una multa es más un robo que una sanción.
A pesar de que sólo susurraba y de que yo estoy bastante sordo ( por haber pegado muchos tiros en la vida ) lo escuché con nitidez.
- Hay veces que una multa es más un robo que una sanción.
El semáforo estaba en rojo. Mientras esperaba, dos señoras vestidas de gitana me alcanzaron. Eran dos cordobesas maduras, morenas, guapetonas, bien plantadas. Dijo una :
- Esto pasa porque no hay elecciones locales cerca. Si las hubiera, no harían esta felonía de multar.
Su amiga era más expeditiva y resumió todo en cuatro palabras:
- Hay que ser cabroncete….
Y esto es lo que pasó. Y esto es lo que oí. Y así lo reproduzco. La opinión de esos cordobeses no tiene que coincidir, forzosamente, con la mía. Aunque comprendo que a un lector apresurado podría parecerle lo contrario….
Sólo una advertencia para los multados o para los que pudieron serlo: en años sucesivos, o sea, en 2.025 y 2.026, sean prudentes a la hora de aparcar las motos, que luego llegan los policías del señor Torrico y les pegan la cornada. Pero para 2.027 pierdan cuidado. Me juego siete cortijos a que no impondrán multas: hay elecciones locales y una multa cuasi – injusta equivale a un voto menos….