A cuerpo de rinoceronte
Cómo echo de menos el antiguo zoo. Cuando podías darle de comer a la elefanta Flavia. Extendía su trompa y las manos de los niños dejaban un cacahuete que ella tomaba con delicadeza. También podías darle de comer a los antílopes y a las cabras. Primero les dabas el cacahuete. Y luego la bolsa de plástico. ¡Qué a gusto se la comían! La gente les daba también sus bocadillos de Nocilla o de chopped, incluido el papel de pan Recor, mucho más nutritivo. Durante un tiempo, un chimpancé que había enloquecido, Bartolo, lanzaba cacas a la gente, que huía despavorida para luego volver a que le lanzaran más. Los animales morían de pena o bien a causa de la anestesia para algún tipo de operación o traslado. Como nosotros. Y nosotros nos comportábamos como animales. Había un intercambio, una comunión, un verdadero acercamiento. El zoo era una mezcla de prisión, safari, feria de barriada periférica, lucha libre americana y despedida de soltero. Incluso un par de crías de hipopótamo intentaron fugarse por un conducto y acabaron cerca de la depuradora. ¡Qué más se puede pedir! La jaula de los zorros hacía el honor a la expresión y olía a un zorruno tan intenso que cuando era pequeño comprobaba una y otra vez los carteles para cerciorarme de que no eran mofetas. Esa jaula no se limpió en la vida. Pura imitación del bosque. A los depredadores se les metía en un recinto de tres por tres para que aprendiesen el escarmiento. Esa era la condena por matar impalas y gacelas. Hacer el mal no salía gratis. ¿Y el veterinario? El veterinario del zoológico tenía más peligro que Josef Mengele. ¡Eso era un zoo! Un lugar donde vida y muerte se seguían dando la mano. Si la naturaleza es el templo de Satán, el zoológico de Córdoba era el templete.
Actualmente en el zoo están puestos los lobos al lado de los herbívoros y ninguno se inmuta, de saciados y hastiados que están. A los simios les falta tener una Play Station. Hay jaulas mejores que una casa de parcelista en zona inundable. No se le puede dar de comer a los animales ni un triste papel de pan Recor, empresa encima quebrada. Hay un leopardo de Sri Lanka, un lince boreal, un camaleón del Yemen y un cercopiteco de Brazza que te mira con la cara así. Incluso pavos reales sueltos. En la web se les llama «habitantes». Esta semana llegaba la guinda: un rinoceronte indio.
A partir de ahora en Córdoba se dirá «a cuerpo de rinoceronte» por este animal llamado Manas. El «rey» en ese dicho ya sobra pues este perisodáctilo es el amo. El Ayuntamiento se ha gastado 350.000 euros para reformar el recinto de la difunta elefanta Flavia con el objeto de que esté a gusto. Hay pisos en promociones modernas más baratos. Tiene hasta un colchón especial de medio metro de ramas para que sus patas no se resientan. Y riegos. Y piscina. Estará aquí momentáneamente. Le traerán en breve a una hembra para procrear y seguirá su gira por otros zoos. Efectivamente, lo han traído… para eso. En otra época le sacarían coplillas:
Ni Fuengirola este año
Ni acampada en el monte.
Cojo el petate y p’al zoo
con el rinoceronte.
Las fiestas de millonarios con strippers en sus yates son minucias al lado del loft de Manas. En Córdoba la gente ya está dejando de echar solicitudes a Vimcorsa para pedir una jaula en el zoo. Los cazadores furtivos matan rinocerontes por las propiedades curativas, afrodisíacas y espirituales que dicen tener sus cuernos. Occidente lo desmiente. Sólo es queratina, le dirá un científico. Pues algo debe de tener si un rinoceronte vive mejor que Sandokán cuando Sandokán era Sandokán. De estar en peligro de extinción a retozar en un chalé montando hembras. Vivir a cuerpo de rinoceronte, esa es la meta de cualquiera. Si Manas se presentase a las europeas yo le votaría.