Por derechoLuis Marín Sicilia

«Trumpeando»

Que Sánchez era un tramposo lo saben mejor que nadie sus compañeros de partido. Que le gusta imitar a Trump lo vamos viendo el resto de ciudadanos.

Cuando se dice que los extremos se tocan se está proclamando una verdad indubitada. Por ello es cierto que todos los populismos son iguales, sean de derechas o lo sean de izquierdas: se trata de una tendencia política que pretende atraerse a las clases populares con medidas simples que provoquen su simpatía, aunque las mismas sean contrarias al Estado democrático. En el fondo son manipulaciones de las masas para vivir a costa de ellas.

En el cono sur de America, los populismos latinoamericanos, mayoritariamente de izquierdas, han ido orillando y marginando los equilibrios de poderes que definen las democracias, hasta consagrar regímenes autoritarios en cuya cúspide confluyen todos los poderes del Estado, aunque mantengan la apariencia de instituciones de contrapeso que son meros instrumentos del autócrata de turno para su control.

En el hemisferio Norte del mismo continente va adquiriendo progresivos tintes populistas el líder de los republicanos estadounidenses Donald Trump, quien tiene dos notas comunes con los populismos del Sur. La primera, por donde suele iniciarse la vocación populista, es el cuestionamiento permanente y sistemático del periodismo como fuente imparcial de información y opinión. Se trata de intentar desvelar sesgos partidistas que pongan en entredicho la credibilidad de cierta prensa, lo que haria necesaria una intervención desde arriba para su control.

La segunda nota de todos los populismos es el recurso a prácticas de comunicación directas y la ocupación monopolística de los medios oficiales, una vez ocupen el poder. El recurso a las redes sociales es un vivero inagotable para ambos fines. En este sentido, la deriva de Trump hacia el populismo no tiene duda a raíz de su guerra con los medios y las consecuencias negativas para la libertad de expresión, tal como en su día denunció el Washington Post. Y aunque, para los populismos latinoamericanos, los adversarios son los medios informativos hegemónicos, y para Trump su obsesión son, genéricamente, los periodistas, en ambos casos el objetivo a batir es el mismo: la libertad de expresión y de información.

Como en la vida todo se pega, nuestro presidente va mostrando su verdadera faz autoritaria. Acuciado por los datos que ponen en duda la conducta ética de su hermano y de su esposa, cercado por investigaciones judiciales a miembros de su grupo político y familiar, y preocupado por la pérdida progresiva de respaldo popular, Pedro Sánchez se ha descolgado con un pretendido «plan de regeneración democrática», que parece inspirado en los primeros hervores del chavismo venezolano. Y le ha dado un ultimátum a la oposición que esta ha rechazado sin ambages, mientras no disimula su voluntad de intimidar y presionar a la prensa libre, imitando a Trump en la lucha de este contra la libertad informativa y contra los jueces que investigan y sancionan sus actos delictivos.

A estas alturas, hay que tener demasiada vena totalitaria para intentar amilanar o coaccionar a la prensa libre. Las informaciones que no se atengan a la realidad, sean falsas o injuriosas, tienen mecanismos en las democracias para su sanción penal, razón por lo que sobran las amenazas intervencionistas. En agosto se cumplirán 50 años de la dimisión del presidente Nixon que tuvo el atrevimiento de querer silenciar a la prensa. Si Sánchez quiere echarle un pulso similar, que no dude que lo perderá.

Y por la misma razón de que estamos en un Estado de derecho, no encontrará suficientes jueces que acepten la mediatización en su función de impartir justicia. Amenazar conque privará al órgano competente de su competencia constitucional en materia de nombramientos en la carrera judicial, es intentar saltarse el artículo 122 de la Constitución que atribuye la misma al Consejo General del Poder Judicial. Con Tezanos en el CIS y García Ortiz en la Fiscalía General parece que no se sacian las tentaciones totalitarias de Sánchez, empeñado en colocar en el Tribunal Supremo a otros «Tezanos» y «Garcías» por si algunos desafueros del sanchismo tuvieran que sustentarse en la sala de los penal de dicho tribunal.

Que Sánchez era un tramposo lo saben mejor que nadie sus compañeros de partido. Que le gusta imitar a Trump lo vamos viendo el resto de ciudadanos. Pero, por mucho que siga «Trumpeando», los españoles no estamos dispuestos a que continue jugando con nuestras libertades. Porque, en contra de sus interesadas creencias, la soberanía nacional no reside en el Congreso sino en el conjunto del pueblo español.