La imagen de Andalucía
Es tradición que si sale un personaje de la más baja escala laboral tenga acento andaluz, algo que no se encuentra en otras profesiones más elevadas
Los andaluces solemos ser muy celosos de lo nuestro y no permitimos que nadie nos trate como no somos. Los estereotipos que campan a sus anchas por el resto de España están basados en lugares comunes arrastrados sin justificación y, sobre todo, tienen su raíz en el desconocimiento de lo que es esta tierra.
Quien conoce Andalucía de verdad y no en un viaje exprés de fin de semana acaba admirando la siesta, que se haga buena parte de la vida en la calle, que la alegría desborde cualquier tipo de relación y que el compás impregne nuestras vidas porque también comprueba la pujanza económica de la región, que al día siguiente de una fiesta está todo el mundo trabajando desde muy temprano y que sabemos mejor que nadie cómo distribuir nuestro tiempo. Son ventajas que tiene el ser andaluz.
Buena parte de estos lugares comunes negativos para los andaluces tienen su origen en el cine español, el de ahora y el de todos los tiempos. Es tradición que si sale un personaje de la más baja escala laboral tenga acento andaluz, algo que no se encuentra en otras profesiones más elevadas. También es un recurso manido que el gracioso de turno tenga su origen en el sur y que si alguien cuenta un chiste lo haga con cualquiera de los ricos dejes de Andalucía.
Porque se puede tener deje andaluz y ser un excepcional poeta, como Juan Ramón Jiménez, o político y brillante jurista, como Niceto Alcalá Zamora, por hablar de personajes que no hemos conocido las generaciones actuales pero de los que se conservan grabaciones que nos los muestran refinados, cultos y elegantes sin renunciar en absoluto a su acento, tan auténtico como correcto.
El problema surge cuando este acento y esta forma de ser se utiliza para enmascarar una actitud que se sale de todo límite. Cuando se busca la complicidad de ser de Andalucía para negar con toda frescura lo afirmado un día antes, cuando se hace un desaire a los periodistas o a sus propios votantes, o cuando se intimida al contribuyente y se amenaza al adversario político es que se tiene un problema.
Cuando se aplaude y se jalea al líder como si no hubiese un mañana, cuando se le ríen todas las gracias, cuando se encubre con el acento un pésimo uso de la sintaxis y del léxico y, encima, se victimiza entre los suyos por razón de origen la ecuación nos da como resultado a María Jesús Montero. Y eso sí que es un problema.