Los 5.000 hijos de Don Gato
Cuando Piolín advertía sobre la presencia de un lindo gatito, en referencia al no muy avispado Silvestre, lo hacía con razón. Y eso que aquel minino se encontraba ya bastante acomodado a causa de los cuidados y mimos de la abuelita Emma Webster en el hogar. No era el hambre lo que le hacía acechar al canario, sino el puro instinto que va más allá. Los gatos domésticos sueltos y los callejeros han provocado más de una cuarta parte de las extinciones de reptiles, mamíferos o aves en tiempos recientes. Sin ir más lejos, en el año 2007 estuvieron a punto de acabar con la población de linces de Doñana por un brote de leucemia felina procedente de una colonia de gatos asilvestrados. Y es que el daño que generan no es solamente por la caza. Como dato curioso algunos estudios señalan que, en determinadas ciudades, las aves anidan ahora un 33% más alto para evitarlos. Hace años se publicó un interesante estudio ‘El impacto de los gatos domésticos en libertad en la vida silvestre de los Estados Unidos’. La investigación determinó que sólo en este país matan entre 1.400 y 3.700 millones de aves; y entre 6.900 y 20.700 millones de mamíferos… cada año.
Según las últimas noticias, en Córdoba ya están identificados más de 5.000 gatos callejeros, a los que ahora llaman feraces para no herir su sensibilidad. Afortunadamente están castrados. Las colonias eran ínfimas hace años, pero con la crisis económica iniciada en el 2008 se empezó a ver un día un gato abandonado. Al siguiente eran dos. Al otro, tres. En un santiamén fueron grupos por toda la ciudad, y ahora han formado la suya propia al margen de la humana, una Gatolandia cordobesa en guerra permanente con las aves de la ciudad y foco constante de infecciones. En muchas colonias de gatos se puede ver a trabajadores que se comunican con otros mediante micros puestos alrededor del rostro, como si fueran comandos o porteros de discoteca, tal es el grado de sofisticación de sus cuidadores, modernos emmaswebsters exteriores a cargo del erario.
En esto que llamamos Occidente, se considera amigo de los animales a aquel que tiene un perro o un gato esterilizado que jamás sale de casa y desarrolla comportamientos trastornados por puro enloquecimiento, además de todo tipo de enfermedades y lesiones desde edades tempranas debido a de un estilo de vida ajeno a su naturaleza. Hay personas que se dedican a recoger las cacas de sus mascotas tres y cuatro veces al día. Todas las calles de la ciudad están repletas de restos de esas deposiciones y orines. En algunos barrios es algo exagerado, por no hablar de la situación en los parques y jardines, que parecen adaptados sólo para el disfrute de los cánidos. Monumentos y edificios cuentan con problemas de corrosión por las bandadas de palomas, que bombardean con sus heces muchas zonas céntricas e incluso iglesias. Las colonias de cotorras van en aumento y cada vez se oyen más sus delicadísimos y armoniosos graznidos. A ellos se suman los 5.000 hijos de Don Gato, capaces de dejarnos Córdoba sin jilgueros, verdecillos, verderones, pardillos, currucas o carboneros, además de pegarnos algún tipo de mal que nos convierta en la mujer pantera de un día para otro, algo que quizá fuese positivo al poder optar a dobles subvenciones por género y medio ambiente.
Una serie de Netflix llamada Zoo narraba la rebelión de los animales, pero en ella había leones, gorilas, rinocerontes u osos. Una rebelión en condiciones. Confiemos en que la realidad no supere a la ficción y nuestra civilización languidezca ante un ejército de yorkshires y carlinos, gatos obesos, ratas del aire y cotorras argentinas, esto último lo más grave, pues combina lo peor de la avifauna con una cháchara insoportable. Nuestra demencial relación con los animales nos lleva hacia una batalla que ni merece serie ni podemos ganar. Demos miguitas de pan a los gorriones, que a la postre serán nuestros únicos aliados. Y ni siquiera eso es seguro.