Por derechoLuis Marín Sicilia

Singularidades

Es la casta privilegiada que forman los dirigentes socialistas, sus amigos y aliados y las redes clientelares montadas por ellos mismos

Una cosa es singular porque se distingue por sí misma de las restantes, sea por sus propias cualidades o sea por su extrañeza, extravagancia o peculiaridad que la hacen distintas al común de su especie. Cuando alguien pretende hacer valer su peculiaridad como base fundamental para obtener ventajas estamos ante un intento de obtener privilegios a costa del común. Tres ejemplos podemos exponer:

1) La pretensión sanchista de consolidar su presidencia, a costa de sacrificar al resto de Comunidades Autónomas para favorecer a quienes le apoyan, es un caso paradigmático de una venta de privilegios a cambio de los votos necesarios para mantenerse en el poder. Ya pueden darle mil vueltas, intentando vendernos la burra ciega, que los contactos dirigidos a consolidar ese «trato singular» no tienen otro objetivo que darle a unos el dinero que se le quita a otros. Porque si de lo que suma cien le damos a alguien una singularidad de diez, es obvio que esos diez hay que restarlos de la suma de los demás. Que estas cosas haya que debatirlas cuando gobierna eso que llaman «izquierda progresista» es que ese gobierno ni es de izquierdas ni es progresista. Algunos lo llamarán simplemente «pancista» porque solo mira a su propio interés. Y no se les cae la cara de vergüenza.

2) El trato singular que el Tribunal Constitucional ha dado a la clase política, anulando la sentencia de la máxima instancia jurisdiccional que condenó a Magdalena Álvarez por prevaricación al presupuestar las partidas de los ERES andaluces que facilitaron el mayor caso de corrupción de la democracia, es fiel exponente de la desverguenza de una izquierda que ha perdido el norte. Dominado por otra mayoría «progresista» controlada por la mano togada de Sánchez, el simpar Conde Pumpido, concluye con que ningún juez puede fiscalizar una ley de presupuestos, lo que en la práctica implica que los gobernantes están por encima de la ley. O sea, se incluye en los presupuestos una partida que habilita al gobernante para disponer como quieran de unos setecientos millones de euros destinados a los parados andaluces, y el político hace con ellos lo que les da la gana y se conduce, como así fue, como un nuevo cacique. Pues eso no es delito para estos leguleyos. Haga usted lo mismo en su trabajo o en su empresa y ya verá la que le cae.

3) Un Fiscal General deja arrumbado el principio de imparcialidad que debe presidir su actuación al servicio de la legalidad y, siguiendo consignas de aquel de quien depende, impone el criterio de hacer valer una amnistía afectada de graves aspectos inconstitucionales, recurriendo a la singularidad de que voten a distancia algunos monaguillos de sus tesis y aceptando el voto de una fiscal privada de su cargo. Es la conducta habitual del siervo de su amo, un personaje al borde de la imputación por graves delitos de revelación de secretos y contra la confidencialidad y que intentó paralizar en veinticuatro horas las investigaciones abiertas por la conducta irregular de la esposa del presidente del Gobierno.

Y pronto veremos nuevos indultos, cuando no sea posible anular sentencias. Sánchez no quiere que se le rebele su gente, por lo que, al amnistiar a los sedicentes catalanes, va a ir liberando a los de los ERES y a quienes, de lo suyos, le reclamen aquello de «¿qué hay de lo mío?». Es la casta privilegiada que forman los dirigentes socialistas, sus amigos y aliados y las redes clientelares montadas por ellos mismos. Esto es lo que ocurre cuando en un país se castiga al trabajador y se premia al holgazan. Cuando se potencia la voz de quienes hablan de todo y no saben de nada. Cuando quienes ignoran la historia quieren dar lecciones a quienes la vivieron. Cuando activistas de medio pelo, que no saben lo que es trabajar, ni lo que cuesta abrir un negocio todos los días, ni los sacrificios de todo tipo que conlleva ganarse un futuro esperanzador, se permiten cuestionar la trayectoria de ciudadanos emprendedores.

Desgraciadamente, en la bancada llamada «progresista» hay muchos especímenes de tales individuos. Por las redes circula el rapapolvo que un profesional de la radio le ha dado a un presidente autonómico que cuestionó veladamente su capacidad laboral. «Que venga a darme lecciones demagógicas un político, no lo aguanto», decía. Y añadía «no te voy a tolerar ni una vez que me des lecciones de como es la gente humilde o trabajadora». «No me hables a mi de humildad ni de orígenes humildes». Y concluía: «No des lecciones de trabajo si llevas toda tu vida chupando de la teta pública: concejal recién titulado, enseguida vicealcalde. Luego alcalde,… diputado. Luego, presidente. No has trabajado en nada,… no vuelvas a hablar de trabajo en tu vida».

Cuando una ciudadanía está harta de limitaciones y prohibiciones para ella y privilegios para sus gobernantes, cuando se le pretende dar lecciones desde la ignorancia, la lógica más elemental termina en episodios como el relatado. Es la semilla de la discordia sin la cual Sánchez y los suyos no saben vivir. Y la gente empieza a estar cansada de tanta desvergüenza.