La cultura del calor
¿Acaso no es un lujo poner una moña de jazmines en la mesilla de noche o un tiesto de albahaca en el poyete de la ventana?
Hay veces en las que da bastante penita ver a lo que llegan algunos dirigentes políticos para justificar el puesto y, sobre todo, el sueldo. Consideran que el ciudadano -que también es votante y contribuyente- carece de vergüenza ajena cuando ve espectáculos ridículos cuya única finalidad es generar un gasto.
Esta semana ha sido la ministra de Sanidad, Mónica García, la que fiel a la cita ha presentado la campaña ‘Un verano de cuidado’, una herramienta más que necesaria cuando -todos lo sabemos- las altas temperaturas son un riesgo más que considerable cuando se cometen determinados excesos. Nunca está de más recordar determinados consejos y pautas de comportamiento cuando el termómetro inicia su escalada estival.
Hasta ahí, bien. No hay nada que objetar. El problema viene cuando Mónica García saca su ramalazo sectario y busca romper con lo anterior con la única finalidad de imponer su ideología y en este punto no hay que olvidar que milita en las filas de Más Madrid, que es uno de los grupos que aún quedan en la entelequia denominada Sumar.
La ministra se encarga de complicarlo todo cuando a lo obvio lo adereza con esas clases moralizantes, tan propias de su formación, con las que quieren educarnos como si el planeta, gracias a ellos, hubiera comenzado a girar en este preciso instante. No, Mónica, los cordobeses, y por extensión los andaluces, extremeños, manchegos y todos aquellos españoles que sabemos lo que es el calor de verdad, venimos de fábrica con la escuela de calor aprendida.
En Córdoba, donde la siesta está regulada en la ordenanza sobre ruidos para que nadie moleste, aunque aún haya maleducados que se salten esto enviando mensajitos innecesarios a deshoras, sabemos bien de qué va esto.
No hace falta ir a ninguna escuela para saber en qué momentos del día no se puede pisar la calle a no ser que sea estrictamente necesario, para decidir las prendas que hay que vestir o, incluso, si hay que dar un rodeo para llegar a un sitio por un itinerario en sombra.
En nuestra escuela de calor, en la que no ha hecho falta montar un chiringuito para que nadie se lo lleve calentito, ya hemos deslumbrado al orbe con el gazpacho, el salmorejo o el humilde y más desconocido gazpacho de jeringuilla, auténtica bebida isotónica refrescante que, esto sí hay que lamentarlo, está en riesgo de desaparición.
En esta escuela de calor se aprendía geografía doméstica, para identificar los puntos del hogar en los que había corriente, o que poniendo la almohada a los pies de la cama se obraba el milagro de dormir más fresco.
En nuestra escuela de calor se alcanzaban niveles de refinamiento que no los hubo ni en la Roma imperial. ¿Acaso no es un lujo poner una moña de jazmines en la mesilla de noche o un tiesto de albahaca en el poyete de la ventana?
Los técnicos del Ministerio de Sanidad sí conocen a la perfección cómo hay que concienciar a la población cada año cuando llega el verano. Otra cosa es que la ministra haya infantilizado el mensaje con su escuela de calor donde ella, precisamente, tiene poco que enseñar.