El negacionismo progre
Estos señores del bastón de acebuche que mueven los rebaños de la solana a la umbría quieren que olvidemos lo vivido y que perdonemos esos 680 millones
El catálogo de insultos entre los españoles ha crecido considerablemente en los últimos años. En unos casos se han inventado palabras nuevas, en otras se ha distorsionado el sentido de las ya existentes y sobre todas ellas siempre quedará el entrañable apelativo de ‘facha’ que por sobreutilización ha quedado infantilizado a un inocente término que, como la pescada en blanco, no hace daño alguno. Y cuando se quedan en blanco y faltos de argumentos todo es bulo, todo es fango.
Pero uno de los insultos que han crecido de forma exponencial es el de negacionista. Hasta ahora, el negacionista por excelencia era Roger Garaudy, ese amigo de la izquierda cordobesa que fue marxista, luego exmarxista, después se convirtió al catolicismo y más tarde apostató para ingresar en el islam. En esta última fase escribió un libro en el que negaba el exterminio de seis millones de judíos por los nazis, lo que le valió una condena de seis meses de cárcel, que no cumplió, y el pago de una multa equivalente a 37.000 euros de ahora. Garaudy sí era negacionista porque no conoció a Conde Pumpido que lo habría exculpado.
Ahora, te acusan de negacionista climático por decir que las temperaturas de junio han sido una maravilla. También te pueden señalar como negacionista medioambiental si demuestras con datos que la superficie arbolada del planeta ha crecido en los últimos años, por no entrar en el conflicto de Oriente Próximo o en las siempre procelosas lindes del feminismo.
La tendencia es estar atentos a lo que digan los opinadores de referencia, esos gurús que con un bastón de acebuche en las manos y un par de perros a su vera son capaces de decidir lo que tiene que pensar un sector importante de la sociedad que ha renunciado al criterio propio.
En esta última semana ha brotado un nuevo negacionismo, que es el de los ERE. No existió, como decía Garaudy de los campos de concentración, de los hornos crematorios y de las columnas de humo que muchos vieron y luego callaron. No hubo ERE, ni mucho menos.
Este es el negacionismo progre, el que obliga a los suyos a pensar de forma diferente a como lo hacían hace sólo unas semanas para no discordar del mensaje oficial. «Insúlteme usted si quiere, pero no me llame progre», decía Julio Anguita, quien si viviera no se dejaría pastorear con la docilidad con que se dejan quienes tanto lo recuerdan.
Estos señores del bastón de acebuche que mueven los rebaños de la solana a la umbría quieren que olvidemos lo vivido y que perdonemos esos 680 millones de euros que eran de todos los andaluces y que no se destinaron a lo que se tenían que dedicar. Ésa es la prevaricación de verdad que pretenden borrar y no que el dinero fuese a parar a bolsillos de familiares, colegas, paisanos, traficantes de coca o prostíbulos de medio pelo, que ése es otro cantar penal. Lo grave es que la pasta se esfumó y adonde fue a parar forma parte del folclore habitual que adorna siempre las tropelías socialistas.
Hay que olvidar todo eso, dicen. Nunca existió. El Tribunal Constitucional va a sacar de rositas a los que algún día fueron altos cargos orgánicos o institucionales del PSOE. De ahí para abajo se van a comer el marrón, fijo. Son unos pringados a los que quienes llevan el bastón de acebuche señalarán como los máximos responsable del fraude más grande de la historia.
Y digo yo: Ahora que Conde Pumpido está desde el palco del Constitucional sacando el pañuelo naranja a todos los que figuran en la lista recibida desde La Moncloa, ¿qué va a pasar con el interventor general de la Junta, aquel honrado funcionario al que todos los ahora indultados señalaron en su día con el gran culpable de los ERE y que, curiosamente, fue el único absuelto en todas las instancias por demostrar que había denunciado desde el primer momento y contra corriente la sangría de fondos públicos?