Veranar en Córdoba
El letargo se ha ido apoderando de nuestro cuerpo hasta dejarnos sin ánimo, fatigados por el insistente calor sofocante que nos acompaña desde muchos días atrás
Veranar, sí, no ha habido error al escribir el verbo. No he querido titular esta entrada utilizando 'veranear' porque estaría aludiendo a pasar las vacaciones de este tiempo en un lugar diferente al de la residencia habitual de una persona. La palabra veranar se refiere a pasar el verano en alguna parte, en este caso concreto, a hacerlo en nuestra amada Córdoba.
Especialmente en agosto, el silencio invade la ciudad. Apenas se percibe el susurro de las chicharras que, en un zumbido prolongado y casi desagradable, anuncian esa ola de calor que a los cordobeses no nos queda más remedio que adoptar a lo largo de más jornadas de las que nos resultarían deseables; o el de las maletas en las manos del turista, deslizándose por las calles en busca del añorado alojamiento. Son atrevidos aquellos que se lanzan a la aventura de conocer nuestro patrimonio en los meses más tórridos del año y no falta quien pasea, cruzando los algo más de trescientos metros del Puente Romano, desafiando las altas temperaturas hasta adentrarse en el casco histórico.
Desde finales de julio, son muchos los establecimientos que van plegando las persianas tratando de buscar el descanso más allá de las obligaciones rutinarias. El letargo se ha ido apoderando de nuestro cuerpo hasta dejarnos sin ánimo, fatigados por el insistente calor sofocante que nos acompaña desde muchos días atrás. Pocos más que los servicios esenciales serán los que mantengan su actividad en las próximas semanas.
Es el mes de agosto en Córdoba que pasa lento, pausado. De manera particular los domingos son ensordecedores, carentes de cualquier movimiento comercial y capaces de arrancar el mínimo atisbo de entusiasmo que quedara en el interior.
Las palabras apenas surgen, pero me atrevo a musitar casi en silencio. La canícula hace estragos desde el amanecer. La noche no nos permitió conciliar el sueño, apenas nos dejó descansar. Las calles están vacías en tanto el sol bruñe las piedras de la antigua ciudad. Silencio. Córdoba se esconde en lo más íntimo hasta llegar a la apatía más intensa, esperando a que pase el duermevela. Silencio. En el horizonte se vislumbra la esperanza del frescor de la mañana. Silencio hasta que se empiece a intuir el bullir de la ciudadanía con el regreso a sus quehaceres.