Tribuna AbiertaAntonio Morales López

España cervantina

Donde las gentes tranquilas verán molinos, aqueste verá gigantes, que no son sino sus propios fantasmas y frustraciones

Actualizada 04:05

Un día, el loco, con el corazón henchido de su idealista hidalguía, decide comenzar su propia cruzada y sale a la aventura por los campos que moraban gentes tranquilas, donde irrumpe con sus chaladuras: y comienza el disloque.

Donde las gentes tranquilas verán molinos, aqueste verá gigantes, que no son sino sus propios fantasmas y frustraciones; y con ellos viene a espantar de peligro a los que ha querido imbuir su «delirio». Al que no vea los gigantes, lo azuzará con la lanza hasta que viere o hasta que los convencidos dieren más oportuno pasarlo por la piedra de la tahona, por creerlo de las huestes de los mismos gigantes. Cierto es que vendrá con toda la intención de aparentar desfacer entuertos que él mismo provocará, pero que nadie achacará.

Al loco cuerdo, que es un verdadero cínico, lo sigue un séquito de brujas raquíticas que se dicen hechiceras y son más o menos peleles con estómagos muy agradecidos. Ellas son quizá las más peligrosas, pues son las auténticas dementes que creen en sus amarres y en la efectividad de sus ungüentos. Su razón da a poco más que organizar aquelarres y adorar al macho cabrío. En su ideario no hay más que sombras, más que una deficiente idea del mundo que las rodea; más que un afán ramplón por arrastrar con ellas a las pobres gentes cortas de entendederas y temerosas de El Enemigo, desmoronando tras su paso todo aquello que otros con su sangre construyeron.

En la España de gentes tranquilas y pasivas, en desfile de esperpentos, congregados en sacrosanta hermandad, vinieron a desbaratar la razón y el sentido común. Vinieron a sustituir la cordura y la razón por la ensoñación de un sátiro, por el idealismo romántico del alquimista que anduvo cerca de la piedra filosofal, el arbitrista que a base de ayunos solucionaría la economía del reino y el matemático que buscaba la cuadratura al círculo.

Si algo tenían en común todos estos guiñoles, era la necesidad de un Príncipe que les diera voz y voto. Y henos aquí con su cruzada completa.

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