En casa ajena
Percibir un entorno extraño como propio y el propio como extraño
Es evidente que hay quienes no corresponden al lugar en que están —ídem quienes pretenden parecer no estarlo—. Se percibe a leguas, un espécimen extraño que, por el azar del nacimiento, ha sido lanzado a tientas sobre un territorio equivocado. He oído decir a un amigo ya entrado en años y que durante un tiempo vivió en Holanda, que el cuerpo tira siempre para la tierra de uno. No puedo estar en desacuerdo con él; es más viejo y por consiguiente más sabio, y anduvo ya todos los caminos que a mí me quedan por recorrer.
Lo que sí percibo es la naturalidad con que uno se desenvuelve en según qué ambientes, en según qué lugares o en según qué países. La comodidad al caminar por las calles de una ciudad ajena sin temor a perderse, como si llevara pisando ese suelo desde que diera sus primeros pasos. El percibir un entorno extraño como propio y el propio como extraño.
Supongo que en determinados momentos el cuerpo pide una cosa que a otra edad no. Que hay un punto en que es el momento y que ese momento se pasa y es difícil de recuperar, como un tren que pasa una sola vez. Supongo también que es natural girar la cara con cierto desdén cuando se habla de la bienamada costumbre y la tierra natal. No obstante me permito el lujo de sentirme abrigado en el frío del norte, seco en la humedad, acogido en el follaje verde esmeralda tan singular, confortable en la honestidad, cómodo en el uso de la lengua extraña, natural en el desenvolvimiento y modales anglosajones…
No obstante es posible que ese sentimiento de ser un «alien», lo haya plasmado más legítimamente, en el corazón e imaginario, Sting; cuando cantaba aquello del hombre inglés en Nueva York.