Al volver de su exilio en la isla de Elba el emperador Napoleón explicitó un sueño que es común a todos los dictadores: «La libertad de prensa debe estar en manos del gobierno. La prensa debe ser un poderoso auxiliar para hacer llegar a todos los rincones del imperio las sanas doctrinas y los buenos principios. Abandonarla a sí misma es dormirse junto al peligro». Doscientos años después, esa es la filosofía que late con el llamado «Plan de acción por la democracia» presentado por quien aspira, sin ambages, a constituirse en la autoridad suprema de un país donde no existan controles ni contrapesos que limiten su autoridad que pretende ser soberana e independiente.

Se explica la obsesión que algunos, como Sánchez, tienen por el franquismo porque en el fondo están deseando copiar la censura franquista para condicionar a la prensa en beneficio propio y sin otra finalidad que silenciar las informaciones sobre los escándalos que afectan a su esposa y a su hermano. Y porque España es todavía, pese a algunos, una democracia, auguramos el fracaso de esa operación tendente a controlar a los medios no afines al poder.

La prensa española es mucho más fuerte e independiente de lo que pretende el nuevo autócrata. Gozamos de una libertad informativa plenamente homologable en términos democráticos, donde todo el mundo sabe la línea editorial y la ideología subyacente en cada medio informativo, así como los instrumentos de correcciones, desmentidos y sanciones garantizados legalmente. Por contra, es el sanchismo el que atenta a la libertad informativa, incumpliendo normativas sobre portales de transparencia, ocultando los criterios y omitiendo los datos sobre la publicidad institucional, al tiempo que interfiere en los órganos directivos y en las líneas editoriales de determinados medios.

Calculan mal las iniciativas pretendidas para intentar domesticar a los medios que no le bailan el agua. La prensa libre sabe lo que es la libertad de información, sus profesionales tienen acreditadas solvencia e independencia y no van a intimidarse por los cercos que se pretendan para ocultar su criterio o silenciar sus indagaciones. Puede que algún timorato no aguante la presión, pero la libertad informativa vencerá una vez más.

Ya dijo Mateo Alemán que «quien quiere mentir, engaña, y el que quiere engañar, miente», máxima que interpreta con absoluto desparpajo Pedro Sánchez. No en balde ha nombrado nuevo jefe de su gabinete a quien se doctoró sacralizando «la ética del engaño». Un engaño que este mismo viernes va a poner en circulación en las sucesivas rondas que mantendrá con los presidentes de las distintas autonomías, a las que el presidente andaluz Juanma Moreno deberá acudir pertrechado con una coraza de prevenciones. Porque el rey del engaño, enfangado en sus propios bulos, es previsible que no se comporte como un presidente de un país cohesionado por una soberanía única que reside en el conjunto del pueblo español, sino más bien como un mercachifle de intereses parciales para comprar con ellos su tranquilidad a costa de romper los principios de igualdad y solidaridad que inspiran el régimen autonómico.

Implantar la semilla de la discordia entre comunidades es una tentación tan fuerte para la supervivencia de Sánchez, que no parará en medios para conseguirlo de igual modo que no tuvo reparo en llenar una urna de papeletas, y ocultarla tras la cortina, para engañar a sus conmilitones si así conseguía el poder interno. De ahí la necesaria cautela de los presidentes para no dejarse caer en cuestiones bilaterales sobre financiación porque se trata de un tema de interés múltiple donde no caben negociaciones parciales. Ya advirtió Madanme de Knorr de que el embustero está tan sobrado de sí mismo que cree que son creídos en sus mentiras. Y esta es la primera prudencia que deben tener los presidentes autonómicos cuando entren en la Moncloa: no creerse las mentiras que el inquilino ponga en circulación para sembrar la semilla de la discordia.