Aventuras en un Sancheski
Incumplíamos, decididos y gamberros, cada día, una docena de las actuales leyes woke
Éramos impertinentes a regañadientes. Algunos rockers de la Avenida de Barcelona se pasarían por allí más tarde. O eso dijeron. Habíamos quedado en La Venencia. Casi esquina con carretera del Brillante.
Corrían los primeros años ´90 y olfateábamos a duras penas la consolidación de un nuevo Régimen que, quizás, comenzó degenerando. Los muchachos y yo llegaríamos hasta allí en las Vespinos SC y AL, sin cascos ni intermitentes, porque aún no eran obligatorios. Tardoochenteros y, tal vez, con una elegancia de barrio mal impostada. Llegamos todos. Tarde. Pero eso a quién le importaba.
Tirábamos de paquete de tabaco barato, gasolina mezcla para la burra italiana o la Derbi o la Vespa, y ganas de incordiar. De vivir. Apenas conocíamos chicas, no por nada, pero nuestra pose era la que era. Estábamos sujetos a pocas cosas, quizás a una o dos convenciones sociales, casi de refilón.
Recorríamos las avenidas de Córdoba enfundados en anoraks con cremalleras mientras por la tele programaban a Jiménez del Oso, a contracorriente. Nos molaba creer aquello de que siempre había un gintonic escondido bajo la mesa mientras presentaba su programa. Era de los nuestros. Nos decíamos.
Incumplíamos, decididos y gamberros, cada día, una docena de las actuales leyes woke, ahora en vigor. Sin saberlo. O eso creíamos. Entre lo que iba de la mañana al mediodía nos habíamos zampado cuatro o cinco, encabezadas por la ley-de-memoria-democrática, entre la tostada tempranera y el medio en Bodegas Guzmán, probablemente. La ley-de-igualdad-de-género nos parecía un pleonasmo. No sabíamos lo que era la legislación de seguridad vial.
Iba ya un cuarto y mitad de delito-de-odio hacia la merienda cuando, a la hora de la cena, ya habíamos traspasado las líneas rojas tras los que aguardaban, atrincherados, quince o veinte micromachismos y una sibilina doctrina-queer. Los pasamos por encima. Éramos lo más parecido a un Vietcong políticamente incorrecto, ahora que lo pienso.
No existía la Avenida de la Igualdad cuando nos pasábamos libros manoseados de Bukowski y Julio Camba. No lo sabíamos aún, pero habría un día en que llegaría la descolonización-de-los-museos, allí donde solíamos quedar, sentados en los bordillos una generación entera que pasó del Sancheski al Vespino en un suspiro antiposmoderno. Sin traumas.
Llevábamos camisetas de los Dead Kennedys y Los Planetas. Aún así.
Según la legislación actual, debimos haber pasado un par de décadas en el talego. A la sombra.
Cuando aquello, no existían las deportivas de tendencia, al menos que nosotros supiéramos, y nosotros, los caraduras insolentes de la vespino y el BUP, recurríamos a nuestras zapas Yumas destrozadas para no verbalizar absolutamente nada, porque aún no éramos fartuscos. Aún seguimos sin saber qué diablos significa eso de verbalizar.
Todo ha cambiado, claro. Han desmantelado la industria local, ya no existe el BUP y tiraron abajo La Venencia.
Carne de trena, incumplidas todas las posibles leyes correctas posibles, nos escapamos por los pelos. Pero aún están a tiempo. Mientras tanto, y hasta que ellos vengan a buscarnos para saldar cuentas pendientes, porque vendrán, no podrán evitar que una mordaz sonrisa aparezca en nuestras benditas bocas.