La verónicaAdolfo Ariza

Barra libre de mofa contra la fe y los sentimientos religiosos

El tan traído y tan llevado «Plan de Acción para la Democracia», anunciado el pasado martes tras el Consejo de Ministros, prevé una reforma tal del artículo 525 del Código Penal que ofender los sentimientos religiosos, hacer escarnio de los dogmas, creencias y ritos o vejar a quienes profesan una religión en España va a salir completamente gratis. Es obvio lo que de injusto tiene el asunto pero me gustaría subrayar una serie de ironías de antaño y de hogaño; si bien comenzaré por las de hogaño.

La primera de las ironías o paradojas denunciadas se la he leído a Monseñor Argüello, presidente de la Conferencia Episcopal Española. Hace caer en la cuenta el Arzobispo de Valladolid sobre la paradoja que supone, por un lado, ensalzar y elevar «los sentimientos» a «categoría jurídica» por ejemplo para cambiar de sexo o que cada vez más expresiones sean consideradas «delitos de odio» y que, por otro lado, los sentimientos religiosos, «en este ambiente de elogio legal de las emociones», dejen de ser «un bien jurídico protegido». La segunda de las paradojas pasa por el propósito de derogar el delito por ofender los sentimientos religiosos o, incluso también, de injurias a la corona; mientras que se blindan y elevan a la categoría de «Nuevo Dogma» los artículos 214 y 504 del Código Penal que prevén penas para quienes «calumnien o injurien al gobierno».

La paradoja que subyace – vamos ya con la de antaño - está clara para el simpar Chesterton: «Hay hombres que se arruinarían a sí mismos y a su civilización con tal de arruinar también» el cristianismo; aunque este hecho suponga estar dispuestos «a utilizar cualquier arma» contra la Iglesia; armas tipo «espadas para cortarse los dedos de la mano» o «antorchas para quemar sus propias casas». Que no nos confundan: «Quienes empiezan a combatir a la Iglesia en nombre de la libertad y la humanidad acaban dejando de lado ambas cosas con tal de combatirla». Además de que «si quieres que las instituciones sigan inmutables deja que las creencias se marchiten deprisa y a menudo». «Cuanto más desarticulada esté la vida del espíritu, más segura estará la maquinaria» ideológica.

El asunto es tan antiguo como el «hilo negro»; de ahí la importancia de la historia. Pensado en la Antigüedad, sigo con Chesterton, quizá sea útil y clarificador partir de un dato: «Nadie tiene claro por qué aquel mundo equilibrado se lanza de ese modo a perder su equilibrio sobre una gente que vive entre ellos, mientras que estos [los cristianos] permanecen en una actitud increíblemente serena ante la arena y todo ese mundo que gira a su alrededor». Y sin embargo, «en aquella oscura hora brilló sobre ellos una luz que nunca se ha obscurecido»: «el halo del odio alrededor de la Iglesia de Dios». Es absolutamente irónico, paradójico y contradictorio, pero es así. «Ese rayo de luz y ese relámpago por el que el mundo mismo» ha golpeado y aislado a la Iglesia curiosamente siempre ha hecho que los propios enemigos de la Iglesia y sus propios críticos la hayan hecho «más ilustre» y «más inexplicable».

Como el asunto va de libertad y libertades de expresión, creo que viene perfectamente a colación la reflexión que Chesterton se hizo ante la neoyorkina Estatua de la Libertad: -«Ya ha llegado el día en que podemos preguntar a su Diosa de la Libertad representada por los propios liberales: ¿Acaso habéis alimentado las almas hambrientas de los hombres? ¿Habéis traído la libertad a la tierra?’. Pues cada uno de los motores en los que estos viejos librepensadores creyeron firme y confiadamente se ha convertido en un motor de opresión e incluso de opresión de clase. Su Parlamento libre se ha convertido en una oligarquía. Su prensa libre se ha convertido en un monopolio. Si la pura Iglesia se ha corrompido en el transcurso de dos mil años, ¿qué se puede decir de esa pura República que ha degenerado en una repugnante plutocracia en menos de un siglo?».

No hay más que añadir.