Halloween contra Todos los Santos
«No hay nada bueno, mucho menos cuando se introduce a los niños en el asunto de la muerte de esa forma tan frívola y dañina»
En el segundo lustro de la primera década del siglo XXI, y de forma rapidísima, se extendió la celebración de la noche de Halloween en las ciudades españolas. Algo completamente ajeno a nuestra cultura, aunque conocido por su constante aparición en las películas, empezó a generar algunas organizaciones de fiestas y apariciones de gente disfrazada. Aquello tan chocante los dos primeros años, se generalizó en seguida, siendo absorbido como una jornada de fiesta carnavalesca en medio del otoño. Se trataba del enésimo acorazado de la conquista cultural anglosajona, que conseguía poner su particular base, no militar en este caso, justo antes del Día de Todos los Santos, una de las fechas más señaladas del calendario católico y de signo radicalmente opuesto. En la primera, los muertos vuelven a la Tierra y solicitan ofrendas, obligando a la gente a disfrazarse para confundirse con ellos. En la segunda, se celebra en familia la visión beatífica de la que gozan las almas que ya han superado el purgatorio, siendo además víspera del Día de los Fieles Difuntos, cuando se reza por aquellos que aún siguen purificándose. En sus orígenes, Halloween estuvo ligada a sacrificios humanos, el Día de Todos los Santos a la conmemoración de la muerte de algún mártir en el lugar del martirio. Una llama al diablo, la otra al Señor. Y en lo más prosaico, una al consumismo desaforado, la otra al recogimiento con los tuyos y en recuerdo de los tuyos.
La acelerada colonización realizada por Halloween fue ya absoluta en la década anterior, y habrá jóvenes que piensen que aquello siempre estuvo ahí. Esta costumbre también llegó pronto a los colegios públicos, y sólo algunos concertados o privados se resisten a dedicar el día a los muertos vivientes. La constante propaganda anti-católica sumada a la promoción de valores que suponen una inversión de los cristianos, hicieron durante los últimos tiempos que predicar contra esta fiesta fuese cosa de viejos cascarrabias. Pero hete aquí que las redes sociales, y en concreto X (antes Twitter) están haciendo su magia, mostrando una oposición cada vez más numerosa y organizada a semejante noche.
Ya desde hace años, esta red social está consiguiendo unir a los cristianos en multitud de aspectos, uno de los más llamativos y bellos son las solicitudes de oración, en las que un tuitero pide a los demás que recen por algún motivo. Y así muchas otras cosas, desde intensos debates religiosos hasta la profundización en materia doctrinal. Allá donde la jerarquía eclesiástica se muestra temerosa, mira hacia otro lado o incluso parece contradecir a aquello que debería defender, miles de católicos se van organizando de forma dispersa o intuitiva al principio, para agruparse de manera sólida más tarde, llevados por el interés y el coraje.
Y dentro de este fenómeno se está formando una notable resistencia a Halloween, ya no de elementos aislados, que nunca lo estuvieron en realidad, sino de cristianos interconectados y alarmados con razón ante una de las múltiples patas de la moderna podredumbre. No en vano, algunos sacerdotes de iglesias cordobesas han advertidos en sus homilías sobre el robo de formas consagradas, algo que se intensifica cuando llegan estas fechas. ¿Casualidad?
Les invito, por tanto, a conocer en las redes la verdadera naturaleza de Halloween, algo que excede estas líneas, pero que no solamente se queda en la faceta cultural, al contrario, es la espiritual su esencia. Y en esa esencia no hay nada bueno, mucho menos cuando se introduce a los niños en el asunto de la muerte de esa forma tan frívola y dañina, por no hablar de la notable sexualización de la fiesta de marras.
Disfrazado de ángel y portando una espada flamígera que compré en Fidela, salgo a las calles para perseguir a todo aquel que se disfrace de bruja o demonio. Les invito a ustedes a hacer lo mismo. Cada uno a su estilo, eso sí.