Sánchez y su tropa
Afirma F. Hayek en sus «Fundamentos de la libertad» que «aun cuando las reacciones instintivas que alimentaron siempre la lucha por la libertad son soporte indispensable, en modo alguno sirven de guía segura ni de protección bastante contra el error. Los mismos nobles sentimientos han sido movilizados en servicio de finalidades extremadamente perversas».
Rabiosa actualidad la de esta reflexión hayekiana que delata la perversión de las autoproclamadas ideologías progresistas para avalar el amanecer infame al que nos somete cada día unos partidos y un Gobierno atrincherados en la mentira y en una acción de gobierno destructora de la decencia pública. Un Gobierno obligado a generar continuos mantras para justificar lo que no encuentra amparo en ningún noble sentimiento y que ha provocado un descenso sin precedentes en los principales rankings mundiales de calidad democrática. Un Ejecutivo que seduce y consolida (incrementa según Tezanos) un voto gástrico indecente tras cada escándalo.
Todo a costa del futuro de un país, condenándolo a una deuda insostenible, a una presión fiscal asfixiante, al privilegio de unos territorios frente a otros, a los indultos y amnistías de pago, a los pactos encapuchados, al retroceso en las libertades individuales y colectivas, a la pérdida del compromiso democrático con el resto del mundo y, en definitiva, al debilitamiento incesante de sus propios cimientos.
Dice también F. Hayek que «en los estados totalitarios la libertad ha sido suprimida en nombre de la libertad» e igualmente, magnífico ejemplo nos presta la actualidad con una Venezuela secuestrada por la dictadura asesina de Maduro, con la que el Gobierno de España mantiene una más que sospechosa complicidad negándose a reconocer a Edmundo González como legítimo presidente ganador de las elecciones y justificando un régimen embadurnado de proclamas libertarias. Todo, además, envuelto en un halo sospechoso de corruptelas e intereses económicos en el que levitan como siniestros espectros Delcy Rodríguez, Ábalos, Koldo, Morodo, Aldama, Begoña o el expresidente Zapatero.
Amenazas, mentiras, nepotismo, corrupción, privilegios y ataques a la libertad en el entorno de un presidente elevado de entre las aguas, como el Mesías de Richard Bach, para frustrar las ilusiones de todo un pueblo.
Cocktail infame al que ahora, según las últimas informaciones, adereza la negación extrema del «Sí es Sí» por un baboso con cara de niño protegido por una(s) mediadora(s) progresista(s) y feminista(s) en pro de evitar el escarnio público, en lugar de ponerle nombre y rostro en la comisaria más cercana. Todo muy de izquierdas. Todo muy de Sánchez y su tropa de leales y serviles, como proclamo la ministra Ribera. Todo muy de estrategias capaces incluso de sacar a la luz las aberrantes consecuencias «del daño mental provocado por el patriarcado en un sujeto incapaz de conciliar la persona con el personaje» con tal de desviar la atención.
Mientras tanto, el índice de pobreza sube y se sitúa en unas cotas nada propias para una de las primeras economías del mundo. Más de trece millones de españoles en riesgo de pobreza y exclusión social, pero eso no hace mella en el discurso de un Gobierno que presume de social y nos quiere ahogar en cava con los datos macroeconómicos, pero que obvia la realidad del día a día de muchas familias que tienen extraordinarias dificultades para llenar la cesta de la compra. Como le espetó mi compañera Milagros Marcos al ministro de Economía: «¿Qué tiene de social que para que ustedes puedan comprar votos las familias no puedan comprar pan?»
En fin, datos de la realidad y relatos diferentes para valorar y decidir a la hora de introducir la papeleta en la urna.
En los últimos días, al ver en el teatro Campoamor de Oviedo a Víctor Manuel aplaudir a su amigo Serrat en la ceremonia de los Premios Princesa de Asturias presidida por Felipe VI, me saltó como un resorte del zurrón de la memoria aquella canción de la esperanza del que nunca «había soñado con un Rey». ¡Cuánto ha cambiado la película! Aunque el estribillo de aquella canción del 79 también mantiene cierta vigencia: «Que no cese la esperanza acorralada con un voto no cambiamos casi nada. Que no cese la esperanza acorralada, muerto el perro no se fue con él la rabia». Cierto es que con el perro no se fue la rabia porque siempre surgirán otros perros predispuestos a contagiarse de lo peor por el poder (no se veía una cosa así desde Franco, diría Feijóo), pero no menos cierto es que con nuestro voto lo podemos cambiar todo.
Elecciones ¡YA!