Valencia no se lo merece
«Será difícil pasar página y olvidar el dolor»
Valencia no se merece la situación que atraviesa. Igual que no lo merecería cualquier otra provincia o región de un país civilizado como el nuestro. Me avergüenza observar cómo se está llevando a cabo la gestión de este desastre desde las administraciones públicas, al tiempo que me abruma el coraje de la ciudadanía. Comparto el sentir de un número incalculable de personas que, a lo largo y ancho de la geografía nacional, se han puesto en movimiento para paliar en lo mucho o en lo poco las necesidades de una población damnificada que casi dobla en número a la de nuestra capital cordobesa. Demasiada gente inmersa en esta compleja situación.
Solamente desde el anonimato, dejando a un lado cualquier tipo de ideología, el vecino, el amigo o aquel que desde la distancia se sintió tocado y se puso en marcha, se encontró colaboración. «El pueblo salva al pueblo» han difundido los que están a pie de calle, porque no se les ha dado otra opción. Se sienten desamparados. Tocados para siempre, pero con el corazón pleno por el convencimiento de la labor que están realizando. Observando las heridas abiertas de las víctimas, con la impotencia de no poder dar más de sí y el peso del cansancio acumulado a lo largo de una cruel semana en la que lo importante era estar y actuar.
La actividad académica se ha paralizado, pero muchos jóvenes están aprendiendo la mejor lección in situ, colaborando en la medida de sus posibilidades.
Cuando se empieza a manifestar el agotamiento y la desolación, el ejemplo de solidaridad y unidad es apabullante. Una vez más, el testimonio de los que están ayudando supera con creces cualquier pensamiento que pueda surcar nuestra imaginación. Para todos ellos, afectados y cooperantes, habrá un antes y un después de la tragedia. Será difícil pasar página y olvidar el dolor, el hedor que desde hace días inunda las calles, el sinsabor por no haber podido hacer algo más.
Frente a la ruina ha florecido la cooperación en forma de agricultores que, subidos a sus tractores, no dudaron en incorporarse a las labores de limpieza; centros de terapia ofertando apoyo emocional gratuito; generadores eléctricos para dar luz a las tinieblas de la noche; profesionales que comparten sus locales para que otros puedan desarrollar su actividad; cocineros de barrio o con estrella que no cesan de elaborar guisos; y así, hasta sumar una infinidad de iniciativas encomiables. Todo un torrente de generosidad que no ha encontrado límites.
Desamparados. Abandonados a su suerte. La Madre a la que rezan los valencianos lleva un nombre cuyo significado están experimentando ellos mismos, en primera persona. Ahora es un pueblo entero el que entiende su advocación. Que la Mare de Deu los sepa amparar